sábado, abril 13, 2019

Confesiones

Confieso haber vivido lo debido, que nada me queda por desear y que he tenido cuanto he merecido.
La vida, conmigo, siempre fue o dulce  o agridulce. Me dio de sus penalidades y de sus penurias lo justo y con equilibrio. No me quejo, la intensidad con que la he vivido me compensa el haberla llevado a cuestas de mi mente y de mi cuerpo.

Confieso, también, que siempre procuré ser justo, no ser ni débil ni difícil de roer, ser claro y nítido con cuanto me rodeó y con quienes conmigo se toparon.
Siempre admiré la grandeza de los humildes, la de aquellos que nunca quisieron contar lo mucho que tenían que decir de su orgullo y que ofrecían de su conocimiento sin limitar el campo de su acción.
Nunca busqué la riqueza o el exceso del dinero, me basto con lo justo para evitar la necesidad de la extensión de la mano o la rogativa humillante del préstamo. Vivir con el sudor de mi cuerpo con honradez   y en lícitos trabajos siempre fue mi lema … y comer y gastar  lo que fuera, pero nunca más de lo que tenía en ese momento.

Nada le debo a ningún nacido, ni he engañado ni he dañado nunca a nadie…, y, si no acierto, que alguien cuente el mal que yo le haya causado. Digo lo que pienso y solo callo lo que no siento. No me gusta lo pagano y cultivo la cultura del espíritu; soy claro en mis dicciones aunque dañe a quien se las presto. Sufro en silencio  cuando el mal  me rodea, y digo «sí » siempre que puedo.

Ahmed Mgara