Confesiones
Confieso haber vivido lo debido, que nada me queda por desear y que he
tenido cuanto he merecido.
La vida, conmigo, siempre fue o dulce
o agridulce. Me dio de sus penalidades y de sus penurias lo justo y con
equilibrio. No me quejo, la intensidad con que la he vivido me compensa el
haberla llevado a cuestas de mi mente y de mi cuerpo.
Confieso, también, que siempre procuré ser justo, no ser ni débil ni
difícil de roer, ser claro y nítido con cuanto me rodeó y con quienes conmigo se
toparon.
Siempre admiré la grandeza de los humildes, la de aquellos que nunca
quisieron contar lo mucho que tenían que decir de su orgullo y que ofrecían de
su conocimiento sin limitar el campo de su acción.
Nunca busqué la riqueza o el exceso del dinero, me basto con lo justo para
evitar la necesidad de la extensión de la mano o la rogativa humillante del
préstamo. Vivir con el sudor de mi cuerpo con honradez y en lícitos trabajos siempre fue mi lema …
y comer y gastar lo que fuera, pero
nunca más de lo que tenía en ese momento.
Nada le debo a ningún nacido, ni he engañado ni he dañado nunca a nadie…,
y, si no acierto, que alguien cuente el mal que yo le haya causado. Digo lo que
pienso y solo callo lo que no siento. No me gusta lo pagano y cultivo la
cultura del espíritu; soy claro en mis dicciones aunque dañe a quien se las
presto. Sufro en silencio cuando el
mal me rodea, y digo «sí » siempre
que puedo.
Ahmed Mgara