BOUABID BOUZAID, LA OTRA VISION DE LO SUPREMO.
Por: Ahmed Mgara
Creía pasar desapercibido entre la estrechez de
la Medina Andalusí mientras escuchaba el canto de los siglos que emanaba de los
adoquines seculares del Tetuán granadino.
Punzantes ojos, de la cal se incrustaban en su
andar pausado que daba ritmo melancólico a las sombras necroides que intentaban
elevarse hacia la bruma matutina y un ser gatuno paró su andadura para ver, él
también, al maestro navegar por el mundo de la melancolía de los ancestros.
Las aldabas oxidadas en su parte interior, al
igual que en la exterior, quisieron brindarle una sonata envuelta de una flor;
las rejas de los ventanucos saltaron al suelo para darle reverencia a su
cuidador; el oro furtivo de cierto rayo de sol matutino quiso alcanzar su
hombro y acariciarlo con fervor; las pérgolas se afanaron, cada una, en llegar
primera para cubrirlo del rocío de la mañana invernal que de la Alpujarra venía
con su ira habitual; La cal, al verlo pasar, escondió su mortaja y se cambió de
ropa cubriéndose con su túnica plateada, rociada con perfumes de Damasco y de
Bagdad.
La magia de la Medina Andalusí, al verlo pasar,
celos tuvo de su profundo mirar e hizo soplar un vientecillo leve que levantó
la polvareda heredada de siglos atrás para que el maestro mire hacia otro lugar
y él, tras sus gafas, siguió mirando la rima de los versos que la blanca cal
dejaba escapar de su claustro invernal. No tenía, el maestro, ninguna duda de
que veía brotar poesía desde las mugrientas paredes de las viejas callejuelas
de su Tetuán andalusí, llanto y anhelo se mezclaban en tan sacra meditación de
un hombre cabal que buscaba en la nada algo magistral. El verde y el marrón de
las puertas dejaban de cantar sus
matinales nanas a sus ventanas al ver su halo acercarse a su sombra de luz,
respeto total a quien las protegía de todo mal.
Docto conocedor de una ciudad aletargada en el
tiempo y en la memoria de los vivos que están más muertos que los mismos
muertos, cuida el brillo de sus adoquines y el calor de las forjas de los
enredos que adornan las rejas de las frágiles ventanas. Mima hasta el polvo que
se atreve a posar sombre el limbo de los óxidos que los siglos adornaron con
elegancia y peculiaridad.
Así va el maestro Bouabid Bouzaid, el amigo de
la Medina morisca y de los restos del Tetuán andalusí. Larga vida, con salud y
Paz, le deseo desde el corazón, desde su Tetuán… con todos mis respetos y
admiración.