DESAPARICIÓN VOLUNTARIA
Carlos BENÍTEZ VILLODRES
Escritor, poeta, periodista, crítico literario
Cónsul del Movimiento POETAS DEL MUNDO en Málaga.
Partiendo de aquella impresión que tenía el escritor Robert Walser de que pensar lo complica todo y que seguramente Dios está con los que no piensan, reflexiono sobre cómo fue la vida de Walser, y ello me hace creer que a un sinnúmero de los humanos se nos pasa por la cabeza de vez en cuando la idea de desaparecer, de marcharnos del lugar en donde vivimos y convivimos con nuestra familia, trabajamos y soñamos, sufrimos y gozamos…, sin decir absolutamente nada a nadie.
Hay personas que un día cualquiera hacen realidad este pensamiento que les obsesiona, que les machaca con dureza la mente. Sin embargo, la mayoría lo asfixian. A pesar de ello, dicha idea, más o menos duradera en el tiempo, aunque la hagamos desaparecer de nosotros, en determinados individuos rebrota y crece en sus adentros cuando menos la esperan.
La idea de desaparecer puede comenzar a fluir por razones varias. Entre ellas se encuentran: la posesión de un elevado poder económico; el vacío interior de la persona; la hartura de una vida tediosa y rutinaria y sin sentido; el predominio de la ruindad, de la hipocresía, de la mentira… en los poderes que manipulan el país en el que se vive; la carencia de recursos económicos para vivir dignamente; el avance imparable y sumamente significativo de la necedad, tanto en los gobernantes como en los gobernados, de la nación que acogió al sujeto desde antes de su nacimiento; la rebeldía, el inconformismo innatos; la necesidad de abrir caminos nuevos para los demás y para sí mismo… Obviamente estas causas no suelen sembrar en esos ciudadanos impulsos suicidas, pero sí les hace reflexionar en irse a otro país conocido o no, a otro país quizás más desequilibrado, en todos los aspectos o sólo en determinados sectores, que aquel que abandonan.
El problema está en que cualquier lugar de la tierra, al ser ésta aproximadamente esférica, nunca está lo suficientemente lejos del punto terrestre elegido para vivir. Por ello, es indispensable realizar un detallado estudio de los lugares seleccionados para que el destierro voluntario sea medianamente exitoso.
El individuo de potente imaginación y rebeldía e inconformismo, que decide marcharse del lugar en donde vive a otro, es consciente que deja una realidad para incrustarse en otra, tal y como suelen hacer los buenos escritores con sus lectores, aunque es evidente que en este último caso el cambio es sólo mental, por lo que no se corre riesgo alguno.
Aquel que decide desaparecer sabe bien que su decisión la ha de cimentar en su propio valor. Posteriormente, una vez que haya realizado el cambio, irá venciendo los miedos al ir solucionando situaciones y episodios nunca vividos, es decir, vivencias nuevas y posiblemente peligrosas. En estos casos, es evidente que la victoria no siempre sonreirá a la persona. Cuando el fracaso la haga rodar por tierra, lo verdaderamente importante es levantarse lo antes posible y por ende no dejarse amedrentar por dicho descalabro para proseguir la lucha y el camino con más bríos e imaginación y creatividad que antes de la caída. Porque la vida de cualquier ser humano consiste en luchar, aunque a veces sea derrotado, y caminar por siempre hacia delante con el intelecto y los sentidos ejercitados, preparados, para descubrir a cada paso más cosas nuevas, asombrosas, sorprendentes…
En cierta ocasión dije, en una conferencia titulada “Artistas en situación de plenitud”, que quien se complica (en el sentido positivo del término) su vida, enriquece la de los demás. Ahí tenemos los casos de Pablo Ruiz Picasso, Ernest Hemingway, Pablo Neruda, Wolfgang Amadeus Mozart, etc. Estos genios de las Artes nunca conocieron el hastío y la monotonía, la inmovilidad y el cansancio, el aburrimiento y la dependencia… Por ello, la vida de cada uno de ellos, esa plenitud de paradojas, de contradicciones, de locura, de sensibilidad, de libertad…, en definitiva, de bella infelicidad se encuentra en el alma de su obra. Ella es, pues, ese tesoro inmortal que donaron a la humanidad de todos los tiempos.
Todos ellos se identificaron y se entusiasmaron con el célebre poema “Teoría de los abandonos”, de Philip Larkin: “Todos odiamos nuestra casita,/ tener que estar en ella:/ yo detesto mi cuarto,/ sus trastos especialmente elegidos,/ la bondad de los libros y la cama,/ y mi vida perfectamente en orden”.//
Por otro lado, quien desea desaparecer, independientemente del motivo que genere este deseo, es para poseer aquello que nunca tuvo, o para llevar a cabo aquello que ansío realizar pero que jamás lo ejecutó, o para recobrar, como Orfeo, aquello que se ha perdido, aquello sin lo que no se puede vivir y que era la razón de su existencia.
La novela “Thomas el oscuro”, de Maurice Blanchot, nos hace recordar que todo pasa de tal forma que cuanto más se aleja uno de sí mismo, más presente está en el flujo de su propia conciencia. No deja de ser curioso, tras lo expuesto, que quien desaparece e intenta olvidar su pasado con sus partes positiva y negativa, éste le aflora, en los primeros tiempos, más asiduamente y con más tesón y con más virulencia. Sin embargo, con el transcurrir de los años, los viejos recuerdos amados, u odiados, o ninguneados continuarán latiendo casi imperceptiblemente allá en los hondones soleados o en tinieblas de la persona que desapareció voluntariamente hasta el olvido total. “Si quiero ir más allá, pensó y escribió Robert Walser, deberé desaparecer”. Walser era consciente de que el inocente que desaparece en seguida se convierte en culpable para la sociedad que dejó atrás, culpable sin redención, culpable de su inocencia.
Pero puede suceder que a nadie inquiete, preocupe e interese -cosa rara- la desaparición voluntaria, sigilosa y repentina, de una persona. Sin embargo, el desaparecido -no todos, obviamente-, un día más o menos lejano a su desaparición anhelará consciente e inconscientemente, allá en los hondones de su ser, que alguien hubiera puesto en marcha la maquinaria de su búsqueda, pero, si la pusieron o no en marcha, sin éxito, el desaparecido, en aquella época pasada, no fue consciente de ello, como tampoco lo es en la presente.
Carlos BENÍTEZ VILLODRES
Escritor, poeta, periodista, crítico literario
Cónsul del Movimiento POETAS DEL MUNDO en Málaga.
Partiendo de aquella impresión que tenía el escritor Robert Walser de que pensar lo complica todo y que seguramente Dios está con los que no piensan, reflexiono sobre cómo fue la vida de Walser, y ello me hace creer que a un sinnúmero de los humanos se nos pasa por la cabeza de vez en cuando la idea de desaparecer, de marcharnos del lugar en donde vivimos y convivimos con nuestra familia, trabajamos y soñamos, sufrimos y gozamos…, sin decir absolutamente nada a nadie.
Hay personas que un día cualquiera hacen realidad este pensamiento que les obsesiona, que les machaca con dureza la mente. Sin embargo, la mayoría lo asfixian. A pesar de ello, dicha idea, más o menos duradera en el tiempo, aunque la hagamos desaparecer de nosotros, en determinados individuos rebrota y crece en sus adentros cuando menos la esperan.
La idea de desaparecer puede comenzar a fluir por razones varias. Entre ellas se encuentran: la posesión de un elevado poder económico; el vacío interior de la persona; la hartura de una vida tediosa y rutinaria y sin sentido; el predominio de la ruindad, de la hipocresía, de la mentira… en los poderes que manipulan el país en el que se vive; la carencia de recursos económicos para vivir dignamente; el avance imparable y sumamente significativo de la necedad, tanto en los gobernantes como en los gobernados, de la nación que acogió al sujeto desde antes de su nacimiento; la rebeldía, el inconformismo innatos; la necesidad de abrir caminos nuevos para los demás y para sí mismo… Obviamente estas causas no suelen sembrar en esos ciudadanos impulsos suicidas, pero sí les hace reflexionar en irse a otro país conocido o no, a otro país quizás más desequilibrado, en todos los aspectos o sólo en determinados sectores, que aquel que abandonan.
El problema está en que cualquier lugar de la tierra, al ser ésta aproximadamente esférica, nunca está lo suficientemente lejos del punto terrestre elegido para vivir. Por ello, es indispensable realizar un detallado estudio de los lugares seleccionados para que el destierro voluntario sea medianamente exitoso.
El individuo de potente imaginación y rebeldía e inconformismo, que decide marcharse del lugar en donde vive a otro, es consciente que deja una realidad para incrustarse en otra, tal y como suelen hacer los buenos escritores con sus lectores, aunque es evidente que en este último caso el cambio es sólo mental, por lo que no se corre riesgo alguno.
Aquel que decide desaparecer sabe bien que su decisión la ha de cimentar en su propio valor. Posteriormente, una vez que haya realizado el cambio, irá venciendo los miedos al ir solucionando situaciones y episodios nunca vividos, es decir, vivencias nuevas y posiblemente peligrosas. En estos casos, es evidente que la victoria no siempre sonreirá a la persona. Cuando el fracaso la haga rodar por tierra, lo verdaderamente importante es levantarse lo antes posible y por ende no dejarse amedrentar por dicho descalabro para proseguir la lucha y el camino con más bríos e imaginación y creatividad que antes de la caída. Porque la vida de cualquier ser humano consiste en luchar, aunque a veces sea derrotado, y caminar por siempre hacia delante con el intelecto y los sentidos ejercitados, preparados, para descubrir a cada paso más cosas nuevas, asombrosas, sorprendentes…
En cierta ocasión dije, en una conferencia titulada “Artistas en situación de plenitud”, que quien se complica (en el sentido positivo del término) su vida, enriquece la de los demás. Ahí tenemos los casos de Pablo Ruiz Picasso, Ernest Hemingway, Pablo Neruda, Wolfgang Amadeus Mozart, etc. Estos genios de las Artes nunca conocieron el hastío y la monotonía, la inmovilidad y el cansancio, el aburrimiento y la dependencia… Por ello, la vida de cada uno de ellos, esa plenitud de paradojas, de contradicciones, de locura, de sensibilidad, de libertad…, en definitiva, de bella infelicidad se encuentra en el alma de su obra. Ella es, pues, ese tesoro inmortal que donaron a la humanidad de todos los tiempos.
Todos ellos se identificaron y se entusiasmaron con el célebre poema “Teoría de los abandonos”, de Philip Larkin: “Todos odiamos nuestra casita,/ tener que estar en ella:/ yo detesto mi cuarto,/ sus trastos especialmente elegidos,/ la bondad de los libros y la cama,/ y mi vida perfectamente en orden”.//
Por otro lado, quien desea desaparecer, independientemente del motivo que genere este deseo, es para poseer aquello que nunca tuvo, o para llevar a cabo aquello que ansío realizar pero que jamás lo ejecutó, o para recobrar, como Orfeo, aquello que se ha perdido, aquello sin lo que no se puede vivir y que era la razón de su existencia.
La novela “Thomas el oscuro”, de Maurice Blanchot, nos hace recordar que todo pasa de tal forma que cuanto más se aleja uno de sí mismo, más presente está en el flujo de su propia conciencia. No deja de ser curioso, tras lo expuesto, que quien desaparece e intenta olvidar su pasado con sus partes positiva y negativa, éste le aflora, en los primeros tiempos, más asiduamente y con más tesón y con más virulencia. Sin embargo, con el transcurrir de los años, los viejos recuerdos amados, u odiados, o ninguneados continuarán latiendo casi imperceptiblemente allá en los hondones soleados o en tinieblas de la persona que desapareció voluntariamente hasta el olvido total. “Si quiero ir más allá, pensó y escribió Robert Walser, deberé desaparecer”. Walser era consciente de que el inocente que desaparece en seguida se convierte en culpable para la sociedad que dejó atrás, culpable sin redención, culpable de su inocencia.
Pero puede suceder que a nadie inquiete, preocupe e interese -cosa rara- la desaparición voluntaria, sigilosa y repentina, de una persona. Sin embargo, el desaparecido -no todos, obviamente-, un día más o menos lejano a su desaparición anhelará consciente e inconscientemente, allá en los hondones de su ser, que alguien hubiera puesto en marcha la maquinaria de su búsqueda, pero, si la pusieron o no en marcha, sin éxito, el desaparecido, en aquella época pasada, no fue consciente de ello, como tampoco lo es en la presente.
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