LAS ETAPAS DE LA NOVELA COLONIAL ESPAÑOLA SOBRE MARRUECOS
Las relaciones hispano-marroquíes durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX tuvieron un amplio reflejo en la novelística española. Pero es tan dispar el interés y el resultado, la temática y el punto de vista, la intención o la finalidad, que es difícil encontrar algo en común más allá de escenario, aunque se puede sistematizar estableciendo unas etapas. En todo caso, antes de comenzar, es preciso señalar que, en general, la literatura española sobre Maruecos está presidida por la ilusión. Las visiones que los escritores españoles tuvieron sobre el Marruecos colonial son diversas y contrapuestas; pero son parciales y siempre imbuidas por la distancia del europeo hacia el africano, incluso los que se muestran más comprensivos con los marroquíes. La ilusión supone la falsedad de gran parte de las situaciones que se plantean en los libros españoles, la falta de objetividad al mostrar a unos y otros. Hay exceso de heroísmo injustificado y exceso de crueldad inventada. Ilusión es sugestión, distorsión, imaginación o deformación más o menos grande de la realidad. Es sentido de alteridad y, en muchas ocasiones, de superioridad, eurocentrismo o lo que los colonialistas ingleses llamaron jingoismo. En definitiva, podemos recordar la opinión de Edward Said: Siempre Oriente está creado o recreado por Occidente. Hay casi siempre una ilusión es decir, una imagen falseada en respuesta a la propia concepción ideológica del momento colonial, al gusto estético o al deseo propagandístico. Ilusión porque para unos Marruecos era un mundo casi imaginario donde tenían cabida las más disparatadas aventuras, era el solar de los sueños a doce kilómetros de distancia. Para otros, porque el distanciamiento del país valía para reflexionar sobre la condición humana en general o los problemas de la patria en particular, utilizando la excusa de una situación que era aprovechada para explicar las reglas generales de conducta de lo que pasaba o de lo que querían que pasara, de la acción errónea o de la regeneración. Veamos la evolución de la novela española sobre Marruecos:
PRIMERA ETAPA: El orientalismo irremediable. Podemos tomar la expresión orientalista como un descubrimiento estético del mundo musulmán, un descubrimiento que diera novedad a los argumentos, que incluyera un tanto de misterio, fantasía y exotismo y, en cierta manera, que permitiera la creación de un mundo imaginario situado en un mundo existente que se desvirtuaba. Aún más, podemos decir que se unían los que desconociendo casi todo del mundo magrebí lo construían a voluntad y los que conociéndolo en mayor o menor medida lo desvirtuaban también a voluntad. La primera etapa va desde la guerra de 1859 a la de 1909. Está caracterizada por el desconocimiento y la propaganda, por las ínfulas hispanas de expansión territorial. Las situaciones narradas llegan a ser verdaderos disparates, llenos de anacronismos, inexactitudes, ignorancias y mixtificaciones. Es la consecuencia literaria de una propaganda excesiva que vio en la guerra externa la manera de superar conflictos externos a la vez que se propugnaba un nuevo impulso colonial. Así encontramos novelas de escaso valor como Los moros del Riff o el presidiario de Alhucemas (1856) de Pedro Mata, La cruz y la media luna o la guerra de Marruecos (1860) de Cubero, El honor de España (1859) de Rafael del Castillo o Rodrigo y Zelima o la toma de Tetuán (1862) de Antonio Redondo.
No obstante, un escritor empieza a sospechar que la ilusión marroquí está llena de falsos brillos: Pérez Galdós. Cuando publica su Episodio Nacional Aitta Tettauen, en 1905, nuestro autor, atento observador de la realidad histórica española, ya conoce el resultado de la guerra de 1893 y los frutos de la expansión de Melilla. Fruto de esta visión más amplia es el pesimismo que rezuma y la advertencia sobre el señuelo de la falsa ilusión.
Sin embargo, el orientalismo siguió como tendencia estética que aprovechaba a los nuevos modernistas españoles; por ejemplo, a Isaac Muñoz. Éste era un perfecto conocedor del país y de su lengua, pero al que interesaba más usar un escenario irreal que describir lo verídico. Todo para descargar su visión sobre la vida trágica, la violencia o la pasión que, lejos de la estricta moral católica, imaginaba más libres y menos convencionales en el país del otro lado del estrecho. Y así publica La fiesta de la sangre (1909) o Lejana y perdida (1913). Pero el orientalismo persistió con fuerza en autores como Pedro y Maximiliano Raida o Antonio Vera Salas. Y, después de 1921 que fue el año que significó un cambio de mentalidad hacia Marruecos, todavía encontramos novelas como Neima, la sultana de Alcazarquivir (1925) del franciscano José María López, Aixa (1925) del militar Luis Pérez Lozano o De tierras magrebinas (1923) del periodista Antonio Olmedo.
SEGUNDA ETAPA: La superación del exotismo por el dolor. La guerra que asoló la zona oriental del protectorado entre 1909 y 1913 reveló la dura cara de la aventura colonial. Los sufrimientos que se ocasionaban a las tropas españolas hicieron ver que la ocupación no iba a ser un paseo militar. Y dejó en evidencia un aspecto que los españoles no olvidarán nunca: el valor militar del rifeño. En la mejor mentalidad colonial el marroquí seguirá siendo para los españoles, salvaje, atrasado, incivilizado, etc. Pero ya no será un guerrero primitivo sino un buen soldado, austero, eficaz, certero tirador y sacrificado. Con este cambio de forma de ver al enemigo se está admitiendo, al menos, algunas de sus cualidades; pero no olvidemos que elogiar al enemigo es también dotar de mayor valor a la acción propia. Pero esta etapa es la más desaprovechada por la novelística española. Ni se narraron bien las campañas; aunque se publicaron las mejores crónicas militares por autores como Riera, Calvo, Corral Caballé o Gallego Ramos. Ni se aprovecharon circunstancias novelables como fueron la llegada de los primeros españoles que se asentaron en tierra difícil o la personalidad extraordinaria de El Mizzian, caudillo militar y religioso de la lucha contra España. Éste, a diferencia de El Roghi Bu Hamara o El Raisuini, todavía permanece inédito en nuestra ficción. Algunas novelas breves como La carga de Taxdirt (1914) de Ruiz Albéniz o En la guerra (1909) de Colombine no son suficientes para llenar este hueco.
TERCERA ETAPA. El ciclo de Annual. Los españoles seguían narrando sobre Marruecos con un gran desconocimiento de la realidad. En parte estaba motivado por el exotismo persistente, el deseo de dibujar lo diferente, el gusto por descubrir nuevos motivos, argumentos o escenarios que dieran originalidad a los relatos. En parte estaba originado en una propaganda, consciente o no, de la causa colonial. Y en parte, en definitiva, hay que buscar la causa en una gran ignorancia sobre el país. La derrota sufrida por los españoles en Annual y el derrumbamiento consiguiente de la Comandancia de Melilla, la retirada de Xauen y la defensa de Tetuán, cambió la visión optimista del español medio. Esta campaña provocó una convulsión enorme en la sociedad española, una auténtica crisis política y social. Se plantea en la sociedad española un nuevo debate colonial con una tendencia muy fuerte de la izquierda a repudiar la acción gubernamental decididamente colonial. La paradoja aparece cuando la izquierda llega al gobierno, ya pacificado Marruecos, y no hace absolutamente nada por abandonar las tierras africanas. Desde el punto de vista literario, se refuerza la tendencia marcadamente bélica de los narradores españoles sobre Marruecos. Con dos opciones:
a) Los que apuestan decididamente por el abandono y retirada de la zona de Protectorado. Esta cuestión ya estaba muy presenta en la opinión pública española y en las obras de los publicistas, especialmente a partir de 1909, pero no se había reflejado aún en la novela.
b) Los que optan abiertamente por la continuidad de la obra, el escarmiento del enemigo rifeño y la ocupación total.
Sobre los primeros hay que puntualizar algunas cuestiones que, muchas veces, dan lugar al error. En primer lugar, son autores que reflexionan sobre el estado de la nación española y critican el orden de cosas nacional. Están desilusionados con la situación, no creen que la expansión africana sea buena para España por el coste que conlleva y se quejan del sufrimiento de los soldados españoles: mal atendidos, mal preparados, mal alimentados y soportando físicamente el peso de las campañas en una política que no les beneficia. Annual viene a ser el 98 de los autores de esta generación. Y rechazan el militarismo como fuerza directora del país.
Fundamentalmente hacen crítica de España, pero esto no significa, ni mucho menos, que se pongan de parte del marroquí, del que comprenden su postura frente a la invasión pero en el que siguen viendo un enemigo. En este apartado se incluyen los tres grandes relatos del episodio: Imán (19230) de Ramón J. Sender, La ruta de La forja de un rebelde (1951) de Arturo Barea y El blocao (1928) de José Díaz Fernández.
Estos autores no se ponen en el pellejo del rifeño, ni tratan de ver la situación desde su punto de vista. Rechazan lo que estaba pasando en España desde el lado español. Por eso tampoco se les puede achacar una visión certera del colonizado, no era lo que buscaban, y en eso se concreta su ilusión: Marruecos y sus habitantes no el asunto principal sino el pretexto para su censura. Esta tónica sigue en otros autores contemporáneos y posteriores que vuelven a retomar la guerra de África como La historia de un cautivo (1966) de J. A. Gaya Nuño, Kabila (1980) de Fernando González o más posteriormente Etxezarra (1993) de María Charles, Días de luz (1994) de Eduardo Valero o Uno de los nuestros (2001) de Lorenzo Silva.
Los del segundo grupo, es decir aquéllos que entienden que la reacción de los españoles debe ser bélica, contraatacar para vencer, lavar con sangre el deshonor y culminar la obra en la que sólo se ha sufrido un revés importante pero no definitivo. Los que entienden que la permanencia en Marruecos es una misión y un compromiso internacional y que la victoria ya la pacificación será el triunfo del pueblo español regenerado. Kelb rumí (1922) de Víctor Ruiz Albéniz, No quiere morir (1924) de Antonio Cases, Los que fuimos al Tercio (1932) de Asenjo Alonso, Yamina (1933) de Celedonio Negrillo, Mektub (1926) de Gregorio Corrochano o Luna de Tettauen de Alfredo Carmona.
Pero en unos y otros el error es el mismo: Su intención no es tanto novelar sobre la realidad marroquí con abstracción y con objetividad sino dar la visión exclusivamente española, dejando al marroquí levemente dibujado según el criterio particular del autor, y proyectando en Marruecos la división de las dos Españas que años más tarde desembocaría en la Guerrea Civil.
Del interés que despertaron estos sucesos en el público español, es muestra la aparición de un buen número de novelas cortas. Esta era una forma popular de entretenimiento, el lector español se suscribía a colecciones que recibía en casa sin saber qué se iba a publicar. Los editores buscaban asegurarse en éxito eligiendo a los autores y, en algunos casos, la temática. En este apartado se pueden citar: Memorias de un legionario (1922) de Juan Ferragut, El héroe de La Legión (1921) de El Caballero Audaz, Bajo el sol enemigo (1921) de Hoyos y Vinent, Los caballeros de Alcántara (1922) de Antonio de Lezama, El camillero de La Legión (1922) de Carlos Micó, La mujer del héroe (1924) de Rodolfo Viñas, Pasión de moro (1925) de Margarita Astray o Águilas de Acero (1926) de López Rienda.
CUARTA ETAPA. El Protectorado pacificado. En España no hubo una verdadera literatura colonial africana, es decir la proveniente de escritores nacidos y/o residentes en las colonias, sino más bien una literatura sobre colonias escrita por peninsulares. Por eso es difícil encontrar en las novelas coloniales hispanoafricanas un relato de la vida cotidiana colonial aunque abunda la narración de hechos bélicos. En la novela española no se apreció la ocasión de recrear el cruce de lenguas, razas, religiones; la mezcla de culturas y modos de vida; el choque de intereses o de ordenamientos jurídicos, la lucha de autoridades. Ni se quiso ahondar en los misterios o problemas de los que vivían fuera de la patria, las angustias de los que marcharon en busca de una vida mejor, los sinsabores de la colonia. Hay muy pocos relatos sobre la vida civil en el protectorado. Escasean los autores que se interesaron por ello; entre los que dieron una visión no militar de la zona destaca, por la abundancia de obras y el carácter fantasioso de la misma, Luis Antonio de Vega, autor de Los que no descienden de Eva (1941), Espías sobre el mapa de África (1943) o Los hijos del novio (1945).
Los escritores que dedicaron páginas a Tánger que, por se zona internacional, vivió al margen de las guerras, sí dieron una visión más cotidiana de lo que fue la vida colonial. Así se pueden citar Tánger, pequeño Montecarlo (1924) de López Rienda, Hotel Tánger (1955) de Tomás Salvador, Zoco Grande de Carmen Nonell (1956), Los dineros del diablo (1958) de Vela Jiménez o Elágarre el tangerino (1988) de M. de la Sorola. Y, sobre todo, hay que hablar del gran autor español sobre Tánger: Ángel Vázquez. En él se condensan los valores del microcosmos que era la ciudad internacional, narrados con una gran calidad literaria, y que pueden resumirse en una novela excepcional: La vida perra de Juanita Narboni (1976).
En literatura lo principal es la libertad del autor al escribir. Cada uno puede narrar lo que quiere y como quiere. No se puede reprochar a los novelistas españoles que utilicen el escenario marroquí de una manera u otra. En todo caso, podemos criticar su calidad. Pero sí se puede dejar constancia de un hecho incuestionable: La falta de novelas españolas en las que se dibuje bien lo que fue la vida en el Protectorado.
ANTONIO CARRASCO GONZALEZ
Las relaciones hispano-marroquíes durante la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX tuvieron un amplio reflejo en la novelística española. Pero es tan dispar el interés y el resultado, la temática y el punto de vista, la intención o la finalidad, que es difícil encontrar algo en común más allá de escenario, aunque se puede sistematizar estableciendo unas etapas. En todo caso, antes de comenzar, es preciso señalar que, en general, la literatura española sobre Maruecos está presidida por la ilusión. Las visiones que los escritores españoles tuvieron sobre el Marruecos colonial son diversas y contrapuestas; pero son parciales y siempre imbuidas por la distancia del europeo hacia el africano, incluso los que se muestran más comprensivos con los marroquíes. La ilusión supone la falsedad de gran parte de las situaciones que se plantean en los libros españoles, la falta de objetividad al mostrar a unos y otros. Hay exceso de heroísmo injustificado y exceso de crueldad inventada. Ilusión es sugestión, distorsión, imaginación o deformación más o menos grande de la realidad. Es sentido de alteridad y, en muchas ocasiones, de superioridad, eurocentrismo o lo que los colonialistas ingleses llamaron jingoismo. En definitiva, podemos recordar la opinión de Edward Said: Siempre Oriente está creado o recreado por Occidente. Hay casi siempre una ilusión es decir, una imagen falseada en respuesta a la propia concepción ideológica del momento colonial, al gusto estético o al deseo propagandístico. Ilusión porque para unos Marruecos era un mundo casi imaginario donde tenían cabida las más disparatadas aventuras, era el solar de los sueños a doce kilómetros de distancia. Para otros, porque el distanciamiento del país valía para reflexionar sobre la condición humana en general o los problemas de la patria en particular, utilizando la excusa de una situación que era aprovechada para explicar las reglas generales de conducta de lo que pasaba o de lo que querían que pasara, de la acción errónea o de la regeneración. Veamos la evolución de la novela española sobre Marruecos:
PRIMERA ETAPA: El orientalismo irremediable. Podemos tomar la expresión orientalista como un descubrimiento estético del mundo musulmán, un descubrimiento que diera novedad a los argumentos, que incluyera un tanto de misterio, fantasía y exotismo y, en cierta manera, que permitiera la creación de un mundo imaginario situado en un mundo existente que se desvirtuaba. Aún más, podemos decir que se unían los que desconociendo casi todo del mundo magrebí lo construían a voluntad y los que conociéndolo en mayor o menor medida lo desvirtuaban también a voluntad. La primera etapa va desde la guerra de 1859 a la de 1909. Está caracterizada por el desconocimiento y la propaganda, por las ínfulas hispanas de expansión territorial. Las situaciones narradas llegan a ser verdaderos disparates, llenos de anacronismos, inexactitudes, ignorancias y mixtificaciones. Es la consecuencia literaria de una propaganda excesiva que vio en la guerra externa la manera de superar conflictos externos a la vez que se propugnaba un nuevo impulso colonial. Así encontramos novelas de escaso valor como Los moros del Riff o el presidiario de Alhucemas (1856) de Pedro Mata, La cruz y la media luna o la guerra de Marruecos (1860) de Cubero, El honor de España (1859) de Rafael del Castillo o Rodrigo y Zelima o la toma de Tetuán (1862) de Antonio Redondo.
No obstante, un escritor empieza a sospechar que la ilusión marroquí está llena de falsos brillos: Pérez Galdós. Cuando publica su Episodio Nacional Aitta Tettauen, en 1905, nuestro autor, atento observador de la realidad histórica española, ya conoce el resultado de la guerra de 1893 y los frutos de la expansión de Melilla. Fruto de esta visión más amplia es el pesimismo que rezuma y la advertencia sobre el señuelo de la falsa ilusión.
Sin embargo, el orientalismo siguió como tendencia estética que aprovechaba a los nuevos modernistas españoles; por ejemplo, a Isaac Muñoz. Éste era un perfecto conocedor del país y de su lengua, pero al que interesaba más usar un escenario irreal que describir lo verídico. Todo para descargar su visión sobre la vida trágica, la violencia o la pasión que, lejos de la estricta moral católica, imaginaba más libres y menos convencionales en el país del otro lado del estrecho. Y así publica La fiesta de la sangre (1909) o Lejana y perdida (1913). Pero el orientalismo persistió con fuerza en autores como Pedro y Maximiliano Raida o Antonio Vera Salas. Y, después de 1921 que fue el año que significó un cambio de mentalidad hacia Marruecos, todavía encontramos novelas como Neima, la sultana de Alcazarquivir (1925) del franciscano José María López, Aixa (1925) del militar Luis Pérez Lozano o De tierras magrebinas (1923) del periodista Antonio Olmedo.
SEGUNDA ETAPA: La superación del exotismo por el dolor. La guerra que asoló la zona oriental del protectorado entre 1909 y 1913 reveló la dura cara de la aventura colonial. Los sufrimientos que se ocasionaban a las tropas españolas hicieron ver que la ocupación no iba a ser un paseo militar. Y dejó en evidencia un aspecto que los españoles no olvidarán nunca: el valor militar del rifeño. En la mejor mentalidad colonial el marroquí seguirá siendo para los españoles, salvaje, atrasado, incivilizado, etc. Pero ya no será un guerrero primitivo sino un buen soldado, austero, eficaz, certero tirador y sacrificado. Con este cambio de forma de ver al enemigo se está admitiendo, al menos, algunas de sus cualidades; pero no olvidemos que elogiar al enemigo es también dotar de mayor valor a la acción propia. Pero esta etapa es la más desaprovechada por la novelística española. Ni se narraron bien las campañas; aunque se publicaron las mejores crónicas militares por autores como Riera, Calvo, Corral Caballé o Gallego Ramos. Ni se aprovecharon circunstancias novelables como fueron la llegada de los primeros españoles que se asentaron en tierra difícil o la personalidad extraordinaria de El Mizzian, caudillo militar y religioso de la lucha contra España. Éste, a diferencia de El Roghi Bu Hamara o El Raisuini, todavía permanece inédito en nuestra ficción. Algunas novelas breves como La carga de Taxdirt (1914) de Ruiz Albéniz o En la guerra (1909) de Colombine no son suficientes para llenar este hueco.
TERCERA ETAPA. El ciclo de Annual. Los españoles seguían narrando sobre Marruecos con un gran desconocimiento de la realidad. En parte estaba motivado por el exotismo persistente, el deseo de dibujar lo diferente, el gusto por descubrir nuevos motivos, argumentos o escenarios que dieran originalidad a los relatos. En parte estaba originado en una propaganda, consciente o no, de la causa colonial. Y en parte, en definitiva, hay que buscar la causa en una gran ignorancia sobre el país. La derrota sufrida por los españoles en Annual y el derrumbamiento consiguiente de la Comandancia de Melilla, la retirada de Xauen y la defensa de Tetuán, cambió la visión optimista del español medio. Esta campaña provocó una convulsión enorme en la sociedad española, una auténtica crisis política y social. Se plantea en la sociedad española un nuevo debate colonial con una tendencia muy fuerte de la izquierda a repudiar la acción gubernamental decididamente colonial. La paradoja aparece cuando la izquierda llega al gobierno, ya pacificado Marruecos, y no hace absolutamente nada por abandonar las tierras africanas. Desde el punto de vista literario, se refuerza la tendencia marcadamente bélica de los narradores españoles sobre Marruecos. Con dos opciones:
a) Los que apuestan decididamente por el abandono y retirada de la zona de Protectorado. Esta cuestión ya estaba muy presenta en la opinión pública española y en las obras de los publicistas, especialmente a partir de 1909, pero no se había reflejado aún en la novela.
b) Los que optan abiertamente por la continuidad de la obra, el escarmiento del enemigo rifeño y la ocupación total.
Sobre los primeros hay que puntualizar algunas cuestiones que, muchas veces, dan lugar al error. En primer lugar, son autores que reflexionan sobre el estado de la nación española y critican el orden de cosas nacional. Están desilusionados con la situación, no creen que la expansión africana sea buena para España por el coste que conlleva y se quejan del sufrimiento de los soldados españoles: mal atendidos, mal preparados, mal alimentados y soportando físicamente el peso de las campañas en una política que no les beneficia. Annual viene a ser el 98 de los autores de esta generación. Y rechazan el militarismo como fuerza directora del país.
Fundamentalmente hacen crítica de España, pero esto no significa, ni mucho menos, que se pongan de parte del marroquí, del que comprenden su postura frente a la invasión pero en el que siguen viendo un enemigo. En este apartado se incluyen los tres grandes relatos del episodio: Imán (19230) de Ramón J. Sender, La ruta de La forja de un rebelde (1951) de Arturo Barea y El blocao (1928) de José Díaz Fernández.
Estos autores no se ponen en el pellejo del rifeño, ni tratan de ver la situación desde su punto de vista. Rechazan lo que estaba pasando en España desde el lado español. Por eso tampoco se les puede achacar una visión certera del colonizado, no era lo que buscaban, y en eso se concreta su ilusión: Marruecos y sus habitantes no el asunto principal sino el pretexto para su censura. Esta tónica sigue en otros autores contemporáneos y posteriores que vuelven a retomar la guerra de África como La historia de un cautivo (1966) de J. A. Gaya Nuño, Kabila (1980) de Fernando González o más posteriormente Etxezarra (1993) de María Charles, Días de luz (1994) de Eduardo Valero o Uno de los nuestros (2001) de Lorenzo Silva.
Los del segundo grupo, es decir aquéllos que entienden que la reacción de los españoles debe ser bélica, contraatacar para vencer, lavar con sangre el deshonor y culminar la obra en la que sólo se ha sufrido un revés importante pero no definitivo. Los que entienden que la permanencia en Marruecos es una misión y un compromiso internacional y que la victoria ya la pacificación será el triunfo del pueblo español regenerado. Kelb rumí (1922) de Víctor Ruiz Albéniz, No quiere morir (1924) de Antonio Cases, Los que fuimos al Tercio (1932) de Asenjo Alonso, Yamina (1933) de Celedonio Negrillo, Mektub (1926) de Gregorio Corrochano o Luna de Tettauen de Alfredo Carmona.
Pero en unos y otros el error es el mismo: Su intención no es tanto novelar sobre la realidad marroquí con abstracción y con objetividad sino dar la visión exclusivamente española, dejando al marroquí levemente dibujado según el criterio particular del autor, y proyectando en Marruecos la división de las dos Españas que años más tarde desembocaría en la Guerrea Civil.
Del interés que despertaron estos sucesos en el público español, es muestra la aparición de un buen número de novelas cortas. Esta era una forma popular de entretenimiento, el lector español se suscribía a colecciones que recibía en casa sin saber qué se iba a publicar. Los editores buscaban asegurarse en éxito eligiendo a los autores y, en algunos casos, la temática. En este apartado se pueden citar: Memorias de un legionario (1922) de Juan Ferragut, El héroe de La Legión (1921) de El Caballero Audaz, Bajo el sol enemigo (1921) de Hoyos y Vinent, Los caballeros de Alcántara (1922) de Antonio de Lezama, El camillero de La Legión (1922) de Carlos Micó, La mujer del héroe (1924) de Rodolfo Viñas, Pasión de moro (1925) de Margarita Astray o Águilas de Acero (1926) de López Rienda.
CUARTA ETAPA. El Protectorado pacificado. En España no hubo una verdadera literatura colonial africana, es decir la proveniente de escritores nacidos y/o residentes en las colonias, sino más bien una literatura sobre colonias escrita por peninsulares. Por eso es difícil encontrar en las novelas coloniales hispanoafricanas un relato de la vida cotidiana colonial aunque abunda la narración de hechos bélicos. En la novela española no se apreció la ocasión de recrear el cruce de lenguas, razas, religiones; la mezcla de culturas y modos de vida; el choque de intereses o de ordenamientos jurídicos, la lucha de autoridades. Ni se quiso ahondar en los misterios o problemas de los que vivían fuera de la patria, las angustias de los que marcharon en busca de una vida mejor, los sinsabores de la colonia. Hay muy pocos relatos sobre la vida civil en el protectorado. Escasean los autores que se interesaron por ello; entre los que dieron una visión no militar de la zona destaca, por la abundancia de obras y el carácter fantasioso de la misma, Luis Antonio de Vega, autor de Los que no descienden de Eva (1941), Espías sobre el mapa de África (1943) o Los hijos del novio (1945).
Los escritores que dedicaron páginas a Tánger que, por se zona internacional, vivió al margen de las guerras, sí dieron una visión más cotidiana de lo que fue la vida colonial. Así se pueden citar Tánger, pequeño Montecarlo (1924) de López Rienda, Hotel Tánger (1955) de Tomás Salvador, Zoco Grande de Carmen Nonell (1956), Los dineros del diablo (1958) de Vela Jiménez o Elágarre el tangerino (1988) de M. de la Sorola. Y, sobre todo, hay que hablar del gran autor español sobre Tánger: Ángel Vázquez. En él se condensan los valores del microcosmos que era la ciudad internacional, narrados con una gran calidad literaria, y que pueden resumirse en una novela excepcional: La vida perra de Juanita Narboni (1976).
En literatura lo principal es la libertad del autor al escribir. Cada uno puede narrar lo que quiere y como quiere. No se puede reprochar a los novelistas españoles que utilicen el escenario marroquí de una manera u otra. En todo caso, podemos criticar su calidad. Pero sí se puede dejar constancia de un hecho incuestionable: La falta de novelas españolas en las que se dibuje bien lo que fue la vida en el Protectorado.
ANTONIO CARRASCO GONZALEZ
4 comentarios:
que raro que no te refieras a las novelas de Raul de Velasco
LAS NOVELAS DE RAUL DE VELASCO ESTAN COLGADAS EN UN BLOG LITERATURA LEGIONARIA
A TRAVES DE PREGUNTASELO A VARGAS
PINCHA LEGION ARAGON
Y PINCHAS LITERATURA LEGIONARIA
Enhorabuena por este fantástico blog.
En relación con esta entrada, ¿conoce la obra de Halma Angélico titulada La desertora (1932)? Ofrece sin duda una visión final distinta a la de Pasión de moro (1925) de Astray.
Por cierto, como interesada en el tema ¿conoce alguna obra más escrita por mujeres que se centre en este espacio/época?
Muchas gracias.
Ana
Muchas gracias, señor Mghara por este articulo, la verdad me servio mucho en mi trabajo de investigacion.
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