INMIGRACION: PERSPECTIVAS DESDE EL TERRITORIO
Por: Patricio González García
Por: Patricio González García
He leído en algún póster, hace tiempo, unas palabras que me impactaron. Decía así: “Tú Cristo es judío. Tu coche, japonés. Tu democracia, griega. Tu café, brasileño. Tus vacaciones, Turcas. Tus cifras son árabes. Tu escritura, latina. Y tu vecino... ¿Es un despreciable extranjero?
Nos cuesta reconocer que todos somos iguales en dignidad y derechos humanos. El extranjero también es un hermano. Nos acostumbramos con gran facilidad a todo lo extranjero si nos resulta útil, si nos sirve. En cambio, cuando se trata de personas, comienza la discriminación.
En lugar de ver en el extranjero pobre a un hermano, vemos un competidor que puede quitarnos el puesto de trabajo o puede molestarnos con su manera de ser o actuar.
No olvidemos que la emigración es una movilidad dolorosa que proviene de la urgencia de salir de la miseria en donde uno se encuentra para ir en busca de nuevas metas que permitan una vida minimamente digna.
Emigrar es un derecho fundamental de la persona que debemos respetar. Lo contrario sería una postura racista y xenófoba que en nada favorece la construcción de una sociedad justa y humana.
Además, los emigrantes han ayudado a levantar Europa con su esfuerzo y trabajo. Ellos han hecho las labores más difíciles que los europeos ya no querían realizar. Pagarles con hostilidad, sería una terrible injusticia.
Y si en cualquier punto de España ó de Europa, todo lo que se refiere a la inmigración, tiene ya de por sí, una gran importancia. En nuestra comarca del Campo de Gibraltar, su repercusión, su enfoque práctico, su exacta dimensión y alcance, reviste ya un interés especialísimo.
Somos y debemos tener plena conciencia de ello, un punto neurálgico en las comunicaciones internacionales.
Que el ser Puerto y frontera sur de Europa, comporta unas responsabilidades que debemos afrontar bajo el enfoque de la eficacia y la especialización. Que no podremos dar respuesta a los problemas que se nos planteen o vertebrar las actuaciones necesarias, sin un conocimiento exacto del tema.
Somos una línea de horizonte en la que confluyen, de una parte, la esperanza, el miedo, la despedida y, por desgracia, en la mayoría de las ocasiones, la muerte.
Y de otra parte, la barrera, lo exótico, la distancia y la persecución.
Somos testigos, sin quererlo, de un drama que vuelve y vuelve cada año.
Somos ciudadanos de Europa, mal que nos pese, ciudadanos del mundo. Somos socios de número de la Humanidad. Nada de lo que acontece, nos puede ser ajeno.
Y lo que acontece es que se están muriendo a ojos vista, a manos llenas, a chorros. Se nos mueren en las manos.
No es fácil. Cualquier decisión tiene sus costes. Y ninguna garantiza la eficacia. Habrá quien diga que son bastardos intereses políticos. Pero, desde luego, lo que no podemos hacer es quedarnos con lo brazos cruzados ante el televisor.
Algo tenemos que hacer. Ojala que esta vez no lleguemos tarde. Ojala, esa palabra tan andaluza y tan árabe, que la solidaridad se esté abriendo ya paso.
Esos muertos. Y esos muertos en vida que se resisten a ser muertos en muerte, son nuestros muertos.
Dice Fernand Braudel que en el concierto del Mediterráneo, el hombre de Occidente no debe escuchar, exclusivamente, las voces que le son familiares. Siempre existen otras voces, las extranjeras. Y el teclado exige las dos manos.
Las palabras de Braudel, resultan especialmente significativas en el área del Estrecho de Gibraltar.
En un espacio reducido, convivimos en la cercanía, y al mismo tiempo, en la lejanía, pueblos muy próximos entre sí y, al mismo tiempo, muy alejados.
Gibraltar, Marruecos y España, confluyen en un triángulo en el que el mar, el Estrecho, nos une y nos separa.
A pesar de la historia y de los elementos comunes, la percepción que tenemos de nuestros vecinos está plasmada de percepciones erróneas, de desconocimiento, en suma. También, en muchos casos, de problemas.
Y todo ello, ya en pleno siglo XXI, donde imperará el intercambio de ideas, la transferencia de conocimientos y el mundo de la comunicación.
Ello exige un esfuerzo conjunto de cooperación, de diálogo y de ayuda mutua, estimulando las relaciones entre nuestras respectivas sociedades, promoviendo la activación internacional, intereconómica e intercultural entre los pueblos que se asoman al Estrecho.
Es misión de todos nosotros, contribuir a la creación de ese marco de diálogo y de cooperación mutua. La Carta Europea de Autonomía Local (Estrasburgo, 1985) y la Carta de la Autonomía Municipal Iberoamericana (Caracas, 1990), reflejan la dimensión de la autonomía como factor de progreso y de articulación social.
Y en el Campo de Gibraltar, en Algeciras, ese factor de progreso y de articulación social, por nuestras peculiaridades geográficas, no puede entenderse sin esa necesaria cooperación y colaboración con nuestros más cercanos vecinos y con todo el norte de Africa.
Y la formación es la base fundamental para lograr ese objetivo, para alcanzar ese marco de cooperación, de ayuda y de desarrollo mutuo.
Resulta curioso, pero el título de Pontífice, lo ha acaparado el Papa, pero significa, quiere decir literalmente, constructor de puentes.
Es un título que entusiasma, porque no hay tarea más hermosa que dedicarse a tender puentes hacia los hombres y hacia las cosas.
Sobre todo en un mundo en el que tanto abundan los constructores de barreras.
Un profesor mío me dijo una vez: “No hables nunca a la gente. Habla con la gente “.
Hay que conseguir tender un puente de ida y vuelta porque si no es así, no te oirán.
Algeciras a 23 de Agosto de 2007
Patricio González
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