Manifiesto del 30 de sept. 2006
VANAS PALABRAS
No importan los emblemas
ni las vanas palabras que son un soplo sólo.
V. Aleixandre
En la noche del 24 de marzo de 1995 —hace ya más de diez años— iniciamos en este emblemático lugar en el que ahora nos encontramos una importante campaña de protesta —encabezada por el ilustre poeta y crítico José Luis Cano— con el firme propósito, no sólo de denunciar ante las administraciones públicas competentes el incomprensible y lamentable abandono que padecía esta histórica casa desde la muerte de Vicente Aleixandre en 1984, sino de propiciar su adquisición patrimonial con objeto de transformarla, como mejor fin, en sede de una fundación que llevara su nombre y en un centro de documentación y estudio de la poesía española del siglo xx, es decir, en Casa de la Poesía, en lo mismo que fue durante más de cincuenta años.
En dicha campaña se recogieron más de un centenar de firmas de prestigiosos intelectuales, poetas y amigos del Nobel, muchos de ellos ya fallecidos y a los que queremos recordar entrañablemente en este día, como a Leopoldo de Luis, a Pepe Hierro, a Claudio Rodríguez, a Fernando Lázaro Carreter, a José Olivio Jiménez, a Gastón Baquero, a Carlos Rodríguez Spiteri, a Ángel Crespo, a Rafael Montesinos, a Concha Zardoya, a Fernando Quiñones, a Rafael Morales, al propio José Luis Cano. Se han ido sin poder volver a cruzar esta puerta, por la falta de voluntad política, pasividad y desidia de quienes han prometido, pero hasta el día de hoy —como es más que evidente— no han hecho prácticamente nada.
También se unieron a nuestra iniciativa diversas y prestigiosas instituciones culturales y fundaciones como el Centro Cultural de la Generación del 27, la Fundación Federico García Lorca, la Fundación Gerardo Diego, el Ateneo de Madrid, el Círculo de Bellas Artes, la Real Academia Española, el Instituto Cervantes, la Asociación de Hispanistas Italianos, la Fundación Cultural Miguel Hernández, etc.
El 28 de marzo del pasado año decidimos convocar de nuevo una concentración frente a este mítico chalé, a la que acudieron reconocidos personajes de la cultura. Esta nueva acción de protesta y reivindicación fue notablemente recogida en diversos medios de comunicación —a los que, también desde aquí, queremos agradecer públicamente su interés por el modo ejemplar con el que han tratado la noticia, con objetiva sensibilidad—. Pero la propuesta que defendemos, y que presentó, a iniciativa nuestra, el Grupo Municipal Socialista, es decir, adquirir el histórico inmueble para transformarlo, como compromiso ineludible, en sede de la Fundación Vicente Aleixandre y en ese centro de documentación y estudio de la poesía española del siglo xx fue rechazada por la oposición. La representante del Grupo Popular admitió, no obstante, que si la casa se compraba a partes iguales entre el Ayuntamiento, la Comunidad y el Ministerio de Cultura, ellos aceptarían. Así quedó clara y firmemente recogido por la prensa de aquel entonces. Ha pasado más de un año desde la última convocatoria que hicimos, y todo sigue prácticamente igual. Han pasado más de diez años desde la primera y todo sigue prácticamente igual. Y han pasado más de veinte desde la muerte del magistral poeta y todo sigue prácticamente igual: en el reino del olvido, de la indiferencia, de la pasividad y de la desidia.
La casa de Vicente Aleixandre no es simplemente la casa de un gran poeta y Premio Nobel, aunque eso sólo debiera ser suficiente en este país —como lo es en otros de Europa y del mundo— para que las instituciones públicas, de uno y otro signo político, velaran con responsabilidad y sin diferencias, con sentido común, por su protección, por la protección de la historia y de la cultura en su más elevada concepción y dejaran de lado sus enfrentamientos. Es la Casa de la Poesía, por aquí pasaron los más grandes poetas en lengua española del siglo xx, toda la generación del 27, todas las generaciones de posguerra, es un patrimonio cultural innegable que pertenece a todos los ciudadanos, a los madrileños en particular, y que se debe preservar, como parte de nuestra memoria, para enriquecimiento de las generaciones presentes y futuras. Si se pierde, la responsabilidad histórica será muy grande, y será de ellos, sin diferencias, de todos los que pudieron evitarlo, tuvieron tiempo para hacerlo y no lo hicieron. Desde aquí, volvemos a pedirles de nuevo: interés, voluntad política, respeto por el deseo de todos los intelectuales, poetas, amigos e instituciones culturales y fundaciones que se han adherido y adhieren a nuestra petición, y un compromiso firme, real y urgente en el tiempo para que esta puerta verde se abra de nuevo a la poesía y a la vida que representa. Si eso es así, merecerán nuestros más sinceros elogios. Para lograr ese hermoso objetivo final tienen, desde la Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre, toda nuestra ayuda.
Son muchos los escritores y poetas que han dejado con sus palabras la huella memorable de su paso por Velintonia 3, desde Neruda o Carlos Bousoño hasta Javier Marías o Pere Gimferrer. Del último, firmante también del manifiesto junto al célebre novelista, queremos resaltar unas breves palabras muy vinculadas al deseo que nos ocupa, las que pronunció el 15 de diciembre de 1985 en su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua:
[...] para bien de todos, espero y deseo que la casa de Vicente se mantenga siempre, como en vida del poeta y como ahora mismo, a título de perpetuado monumento incólume a un gran escritor y a su generación, del mismo modo que el carmen granadino de Manuel de Falla, para instrucción, ejemplo y goce de las generaciones futuras. Hago, por si algún día llegase a ser necesario, público llamamiento desde aquí en tal sentido a todos los amigos de Vicente y de la literatura y a las instancias públicas pertinentes para que así sea: es una responsabilidad que hemos contraído, es algo que a nosotros mismos nos debemos. [...]
Agradecíamos hace un momento a los medios de comunicación el ejemplar interés que han demostrado y demuestran por esta historia. Nos reiteramos ahora públicamente en este agradecimiento porque sin ellos, como transmisores eficaces de nuestra voz y de nuestros deseos, poco podríamos hacer —a la vista del panorama tan aparentemente adverso— por salvar esta casa. Hacemos extensivo también este agradecimiento a todos cuantos estáis aquí, como amigos, como lectores, como ciudadanos sensibles a la historia y a la poesía, porque vuestra presencia contribuye a reforzar con más razón nuestros objetivos.
Nosotros estaremos, como lo hemos estado siempre, a la espera de cualquier noticia, abiertos a cualquier sugerencia, a cualquier propuesta, entregados sin descanso a Vicente Aleixandre y a Velintonia 3, vigilantes de todo lo que ocurra. Ese es nuestro compromiso moral y uno de nuestros objetivos esenciales: recuperar y conservar el legado de uno de los mayores poetas que ha dado el siglo xx.
Asociación de Amigos de Vicente Aleixandre
Velintonia 3
30 de septiembre de 2006
“El País” 08 de octubre 2006
De hacer honor a hacer desdén
La atracción recíproca entre los políticos y los escritores siempre ha constituido para mí un misterio. Bueno, miento: que los primeros cortejen ocasionalmente a los segundos no resulta tan raro. A veces lo hacen para neutralizarlos (es difícil criticar a alguien que ha estado encantador con uno), otras para ponérselos como condecoraciones (si el autor goza de gran prestigio o le acaban de dar el Nobel, por ejemplo), otras para aparentar que son cultos y que tienen amigos civilizados (y puede darse que sea cierto, pero no a menudo). Lo que es un verdadero enigma es que tantos escritores acudan con presteza a las llamadas de los gobernantes y se crean sus bonitas y huecas palabras. Desde García Márquez y Saramago bailándole el agua a Fidel Castro, hasta el hoy manoseado Günter Grass arrimando el hombro, en su día, a la causa de Willy Brandt, la nómina presente y pasada es tan extensa que antes acabaríamos si mencionáramos sólo a quienes han procurado no mezclarse con dirigentes, ni para halagarlos ni para ser halagados por ellos. Por lo que yo he visto personalmente, en esas aproximaciones suelen primar dos elementos, la vanidad y la ingenuidad, y sólo en tercer lugar el provecho. Muchos escritores han creído con inocencia que podían influir en quienes mandan, sin darse cuenta de que lo que el intelectual le diga al poderoso, casi siempre le entra a éste por un oído y le sale por otro antes de que acabe la conversación entre ambos.
Uno de los autores que, sin ser grosero ni dado al desplante, jamás frecuentó esas altas esferas fue el poeta Vicente Aleixandre, a quien yo traté bastante entre 1971 y su muerte en 1984. Recuerdo que cuando le concedieron el Nobel, en 1977, le dio noventa patadas, si no las cien de la frase, que se presentaran corriendo en su casa algunos prebostes a felicitarlo y a hacerse unas fotos en su compañía insigne (entre ellos, si no me equivoco, el entonces Ministro de Cultura, Pío Cabanillas Gallas). Y quizá le dio muchas menos, pero alguna, la posterior presencia de los Reyes de España en su chaletito de la calle Velintonia. Don Juan Carlos le impuso en aquella visita la Cruz de la Orden de Carlos III, y declaró: “Es hora de hacer honor a nuestros poetas y a nuestros intelectuales”. En una entrevista con el galardonado que reprodujo este diario, Aleixandre, al hablar de su casa natal en Sevilla, dijo: “Al parecer, el General Franco pasó al principio de la Guerra por Sevilla, y se quedó en esa casa, propiedad de una señora sevillana. Y hace unos años el Ayuntamiento puso una placa para recordar no el nacimiento mío, sino las breves estancias del General. ‘Algún día desaparecerá esa lápida’, me dicen en broma mis amigos, ‘y pondrán una que te recuerde a ti’; yo no necesito lápidas, pero cuando paso por allí me fastidia, qué demonios… Después de todo, en esa casa nací yo”.
Ignoro si a día de hoy existirá en Sevilla esa placa que le vaticinaban sus bienintencionados amigos, o si seguirá la de Franco, o si convivirán las dos, malamente. Lo que sí sé es que la “hora de hacer honor”, según expresó el Rey, ya pasó en Madrid, y ha sido relevada por la de hacer desdén, o casi escarnio; porque la Asociación de Amigos del gran poeta lleva años suplicando que se rescate aquella casa de Velintonia por la que pasamos varias generaciones de escritores y en la que siempre encontramos palabras inteligentes y amables, y sobre todo enseñanzas. Entre 1995 y 2005 esa Asociación hizo más de una peregrinación institucional sin éxito, hasta que el año pasado convocó ante el chaletito una concentración de reivindicación y protesta, que obtuvo algo de eco durante unas semanas. Pero el Ayuntamiento de la capital rechazó en un pleno la iniciativa de adquirir la casa para convertirla en sede de una futura Fundación Vicente Aleixandre y en un centro de estudio de la poesía española del siglo XX. El Partido Popular (con mayoría en el Ayuntamiento) dijo que, si la compra se llevaba a efecto a partes iguales entre la Alcaldía, la Comunidad de Madrid y el Ministerio de Cultura, se daría vía libre al proyecto. Año y medio después no ha habido noticias de Gallardón, de Esperanza Aguirre ni de Carmen Calvo, a cuyas respectivas instituciones les sale el dinero por las orejas para megabelenes navideños clónicos y demás chorradas. Hace una semana la Asociación planeaba otra concentración, confío en que esta vez sea escuchada.
Aleixandre no sólo fue un extraordinario poeta y nuestro penúltimo Premio Nobel, sino también un hombre discreto y recto, contra el que casi nadie tuvo nada y sí mucho a favor la mayoría. Los políticos de 1977 se volcaron en zalemas, y hasta le cambiaron el nombre a su calle, en contra de su voluntad, para llamarla con el suyo. El Ministro de Cultura y los Reyes se molestaron en visitarlo, porque entonces, sin duda, les reportaba beneficio hacerlo, aparte de que sus sentimientos de admiración y respeto fueran sinceros, es lo más probable. Pero Aleixandre lleva muerto veintidós años y, a diferencia de su amigo Lorca, no dejó parientes celosos de su memoria ni combativos. Hoy ningún político tiene nada tangible que rascar en Velintonia, y así dejan que se pudra o se venda a particulares. Mientras esa inolvidable casa no se salve para la literatura, que el señor Gallardón y las señoras Aguirre y Calvo no se atrevan a pronunciar una palabra en favor de la cultura, porque será falsa, indefectiblemente, y no creída.