LUCHA / LOS HIJOS DEL EXILIO ANDALUSÍ
LOS HIJOS DE AL ANDALUS
Tienen apellidos españoles, hablan castellano y conservan la llave de la casa que dejaron en Granada. Cinco millones de marroquíes, descendientes de los moriscos expulsados por los Reyes Católicos, piden que se les reconozca el derecho a la nacionalidad española.En el año de la memoria histórica, se sienten exiliados de otra guerra civil
JUAN CARLOS DE LA CAL. Enviado especial
Unos trozos de madera, una cerradura y una llave. El viaje en el tiempo de Abdelghafar el Akel está ahora colgado, en forma de mural, sobre la chimenea de su casa en Chefchaouen. Son los restos de la puerta de la casa que su familia tenía en Granada pocos años antes de que el rey Boabdil, al salir para su exilio marroquí, «llorase como mujer lo que no pudo defender como hombre».Durante 500 años estuvieron metidos en un viejo saco que acompañó a todos sus ancestros como el más preciado de los tesoros. Han sobrevivido a guerras, emigraciones, pobrezas, historias de amores imposibles y odios irreversibles, pero siempre revestidos con el orgullo de ese recuerdo que sirve de cordón umbilical con su origen. Porque el día que Abdelghafar decidió sacarlos de aquel saco, limpiarlos y ordenarlos sobre un cuadro de madera consiguió exorcizar el pasado. No, ya no volvería a Granada, el paraíso perdido quedaba atrás definitivamente, aquella llave ya no abriría ninguna puerta ni esa cerradura bloquearía nuevos horizontes de futuro. Su reconquista se había acabado...
El hombre que metió esos símbolos en aquel saco se llamaba Ibrahim Ben Alí y fue uno de los 300.000 andalusíes que salieron del reino nazarí cuando los Reyes Católicos lo conquistaron. Más tarde cogió el sobrenombre de el Akel (mente lúcida) porque fue uno de los pocos que vio venir el fin que se avecinaba. En 1490 vendió sus numerosas propiedades, cogió a su familia y cruzó el Estrecho de Gibraltar para comenzar una nueva vida en estas severas montañas del Rif. Varios lustros después aquellos vecinos, tan ricos como él, que tenía en el Albaicín, llegaron empobrecidos a pedirle refugio tras ser expulsados de sus casas por aquel decreto, firmado el 14 de febrero de 1502 por la reina Isabel la Católica, en el que se les ordenaba que se convirtiesen a la fe cristiana o que se marchasen para siempre dejando todo lo que tenían. Ahora Abdelghafar, ya jubilado de su empleo de director de banco, tiene un coqueto hotel junto a una de las puertas de la muralla de Chefchaouen, una perrita que le regalaron en Granada y a sus hijos estudiando en aquella universidad. Ellos, por lo menos, sí han conseguido regresar.
No ya volver, como rezaban las profecías o jofores andalusíes, sino una «reparación moral» es lo que buscan los descendientes de aquellos andalusíes -cinco millones sólo en Marruecos, según algunos historiadores- en esta época donde las seculares instituciones empiezan a pedir perdón por sus errores pasados. Así, el último 24 de julio, el presidente de la Junta Islámica española, Mansur Escudero, presentó en el Registro de la Consejería de Presidencia de la Junta de Andalucía una solicitud oficial para que se reconozca el derecho preferente a la nacionalidad española a todos los descendientes de estos moriscos expulsados. «La Ley de Extranjería de 1985 ya había otorgado ese tratamiento preferencial, a través del artículo 22.1 del Código Civil, a los judíos sefardíes, equiparándolos a los iberoamericanos, portugueses, filipinos, andorranos, ecuatoguineanos y gibraltareños. Es decir, a todos aquellos que habían tenido alguna relación histórica o de sangre con España. Sin embargo, se olvidaron de los andalusíes, que eran más españoles que nadie porque nacieron y vivieron durante ocho siglos en la Península.Por eso consideramos que en este tiempo de alianza de civilizaciones ha llegado la hora de reparar este olvido histórico y ese agravio comparativo», explica Mansur.
En términos prácticos eso significa que, mientras que un marroquí, por ejemplo, tiene que estar hasta 10 años residiendo en nuestro país para obtener el pasaporte español, cualquier judío sefardí o ciudadano de esas naciones, podría conseguirlo en la tercera parte de tiempo. «Pero que no se preocupen los españoles porque no pretendemos invadirles ni creo que se de el caso de una petición en masa de nacionalidad jurídica. Afortunadamente, la mayoría de los descendientes andalusíes viven prósperamente y no necesitan emigrar para vivir mejor. Sólo pretendemos una satisfacción moral por el trauma que supuso la expulsión de los perdedores de aquella guerra civil entre españoles. Porque los musulmanes de Granada lo eran tanto como los cristianos que vinieron de Castilla», asegura por su parte el historiador chefchouaní Alí Raisuni.
Este intento de reparación histórica no es el primero. Otro historiador marroquí, el tetuaní Mohamed Ibn Azuz Hakim -con 14 apellidos españoles en su haber y cuya familia procede de la villa almeriense de Cariatiz- escribió en enero de 2002 una carta abierta al Rey Juan Carlos, coincidiendo con el quinto centenario del decreto de expulsión de Isabel la Católica, en el que le pedía «la revocación de todos los Edictos de expulsión y el reconocimiento público de los viejos errores cometidos en la misma ciudad de Granada y en presencia del rey de Marruecos».
En la misiva, Azuz le recriminaba al Monarca español su petición de perdón al presidente israelí mientras que se mostraba renuente a hacer lo mismo con los descendientes de los moriscos: «En las capitulaciones de Granada se repite hasta diez veces la fórmula para siempre jamás a la hora de garantizar los derechos de estos andalusíes a permanecer en su tierra si entregaban la ciudad.Y una década después fueron expulsados y perseguidos por la Inquisición.Todos sabemos, Majestad, la nefasta influencia que tuvieron estos hechos sobre las relaciones hispano-marroquíes durante cinco siglos y que, todavía hoy, son causa de tensión, recelo y desconfianza entre los dos países. Y, encima, con el agravante de que los reyes sucesores de Isabel se ocuparon sólo de ejecutar aquella cláusula que trata de «hacer la guerra al moro en sus propios lares». El Rey nunca llegó a leer esa carta -respaldada por historiadores como Ian Gibson y el escritor libanés Amín Maaluf- e incluso suspendió la visita que tenía prevista en aquel momento a Tetuán.
CIUDAD ESPAÑOLA
Parece increíble contemplar como Granada y el pasado andalusí permanece vivo en el inconsciente colectivo de estos descendientes moriscos que hoy viven en Marruecos. Cualquiera de los turistas españoles que pasean por las calles de Chefchaouen pueden sentirlo.La ciudad fue fundada por un grupo de moriscos llegados de España a finales del siglo XV y su semejanza con algunos pueblos del sur de Andalucía es asombrosa. La propia Alcazaba parece una copia diminuta de la majestuosa Alhambra, hay una mezquita llamada «de los andalusíes» y su laberinto de calles está surcado de nombres en castellano que evocan la grandeza del «paraíso perdido».
Las familias moriscas se identifican fácilmente porque regentan los mejores negocios y mantienen la prosperidad con la que llegaron hace 500 años. Durante mucho tiempo fue ciudad santa, cerrada a los extranjeros, que sólo entraban en ella para ser ajusticiados.Los españoles la conquistaron en 1920, después de amenazar con arrasarla a cañonazos si no se rendía. Cuentan las crónicas que cuando los soldados avanzaban, fusil en mano, por el interior de la medina, sus habitantes los saludaban desde detrás de las puertas con frases, en castellano antiguo, del tipo «Dios os guarde».
«A pesar de la expulsión nuestros padres y abuelos nunca nos aleccionaron contra los españoles, sino todo lo contrario. Siempre nos decían que una parte nuestra era española. Mi familia, por ejemplo, eran constructores y hasta hoy mismo hemos mantenido esa tradición de generación en generación. Ellos fueron los que trajeron los conocimientos de albañilería de Al Andalus aquí.Nos enseñaban a hablar castellano desde pequeño y mi madre, por ejemplo, hacía un tipo de arroz muy parecido a la paella que le enseñó su abuela. Vivimos bien aquí pero, de todas formas, cambiaría el 25% de un negocio en Granada por todos los míos», comenta entre risas Abdelghafar mientras nos enseña unos cuadros que ha pintado sobre Federico García Lorca con la esperanza de exponerlos algún día en Granada.
LA HIJA DE GRANADA
Tetuán es otro de los núcleos urbanos donde viven muchos de los descendientes andalusíes. De hecho, la ciudad fue refundada por un grupo de moriscos comandados por el capitán nazarí Al-Mandari -originario del pueblo granadino de Piñar- después de que permaneciese deshabitada durante casi un siglo tras su destrucción por las tropas enviadas por Enrique III de Castilla, en 1399. Protegida por su distancia de la costa -unos 10 kilómetros- y con el refugio seguro de las montañas rifeñas a sus espaldas, los expulsados andaluces encontraron allí una posición cercana a su patria perdida, un lugar ideal para «respirar los aires de España» y la llamaron la hija de Granada.
«Actualmente calculamos que, al menos, el 13% de sus 700.000 habitantes tiene origen andalusí. Y, según un censo de principios del siglo XX, hay localizados 821 apellidos españoles que todavía hoy permanecen. Algunos de ellos como Torres, Aragón, Grande o Molina pertenecen a importantes familias de esta ciudad. Tenemos recogidos 5.000 refranes que se utilizan popularmente en la ciudad que son de origen español. Y también aquí se da un fenómeno, casi único en el mundo, gracias a que el destino quiso que Tetuán fuese ocupada por los españoles dos veces consecutivas -en 1860 y durante el Protectorado (de 1912 a 1956)- lo que provocó que cohabitasen familias musulmanas, cristianas y judías con el mismo apellido y con probabilidades de que desciendan de los mismos antecesores», asegura Hasna Daoud, conservadora de la biblioteca particular Daoudia de Tetuán, donde se guardan miles de documentos sobre la historia de los andalusíes en la ciudad.
La familia de Rachid Mostfa es una de ellas. También historiador, y delegado de asuntos religiosos del Gobierno marroquí en la provincia de Tánger, su familia vivía entre Guadix y Granada donde fueron los pioneros en la fabricación de azulejos, costumbre que luego importaron al norte de Africa. Una de sus antepasadas estuvo casada con el fundador de Tetuán y nos muestra con orgullo su casa, de estilo andalusí -similar a cualquiera de las que existen en el casco viejo de Córdoba o Sevilla- repleta de fotos de la Alhambra y el Albaicín granadino.
«Todavía recuerdo a mi tío abuelo llorando cuando evocaba lo que sus abuelos le contaban de Granada. Yo creo que aquella generación sí habría vuelto. También me acuerdo de mi padre repitiendo refranes del tipo las paredes oyen o lo que no mata, engorda, a la hora de la cena y que sólo oí en mi época de estudiante en España.Yo me siento marroquí hasta la médula aunque soy consciente de que es como si tuviese dos madres: una que me echó y otra que me adoptó. Algo que dolió mucho fue cuando asistí a un festival que se organizó en Granada con motivo del quinto centenario de su capitulación. Hicieron una gran fiesta y a mí me resultó absurdo porque fue como si celebrasen la caída de ellos mismos porque aquello fue una guerra civil, la primera limpieza étnica de la era moderna», afirma Rachid, que responde a ese estereotipo de andalusí culto, rico y muy apegado a sus tradiciones.
Las aportaciones de la cultura andalusí a la sociedad marroquí son innumerables. «El reino nazarí era el más avanzado del mundo en aquella época. Y todo lo que perdieron los reyes españoles con la expulsión, lo ganaron aquí en Marruecos al acogerlos.Eran refugiados que llegaron con dinero e ideas para impulsar una nueva sociedad: introdujeron el riego, nuevas formas de cultivo, avances increíbles en el campo de la medicina, las técnicas de construcción, recetas de cocina, pusieron nombre a las flores, impusieron las armas de fuego en los ejércitos, fundaron bibliotecas, trajeron consigo la música andalusí... Vamos a pedir a nuestro monarca que nos apoye en la misma medida que lo hace con la cultura amatzig (beréber) que es dominante en esta parte del país», asegura por su parte Alí Raisuni.
Pero no sólo en esta zona de Marruecos se encuentra la influencia morisca. Uno de los tres barrios de Fez -la que fue capital del reino durante casi un milenio- lleva el nombre de los andalusíes y en la mismísima capital, Rabat, no muchos saben que su esplendor deviene de la actividad pirata de moriscos originarios del pueblo pacense de Hornachos. Estos hornacheros, como se les llegó a llamar, expulsados en 1609 por el decreto de Felipe III, establecieron lo que se ha llegado a llamar «la república de Sale», consiguiendo vivir casi de manera autónoma al sultán de entonces gracias a los pingües beneficios que obtenían del saqueo de barcos españoles y portugueses. En venganza por la expulsión, se aliaron con pilotos holandeses para esta actividad corsaria que llamaron «resistencia marítima de la Yihad islámica».
Otra epopeya fue la protagonizada por el morisco originario del pueblo almeriense de Cuevas de la Almanzora, Jaudar Baxa, que, al mando de un Ejército andalusí, se puso al servicio del sultán de Marraquech tras su expulsión de la Península y conquistó el reino negro del país Dogón -lo que hoy va desde Malí a la curva del río Níger, incluyendo el país de este nombre y Benín- instalando su capital de Tombuctú. Fundaron un nuevo imperio y una nueva etnia, la de los arma, que sobrevivió hasta 1741 cuando fue aniquilada por los europeos. Incluso una mujer morisca, natural de Alcalá de Henares, llegó a ser la esposa del soberano de Marruecos Maulái Zaidán, según escritos de 1648.
Por todos estos hechos, por la memoria de la llave de Abdelghafar y por la de los fundadores de estas ciudades, todavía hoy los poetas siguen cantando la pena por el «paraíso perdido» de Granada y la alegría de poder seguir con sus tradiciones en este rincón de Africa. Uno de ellos, el libanés Najib Abu Mulham, llegó a escribir en un maravilloso poema sobre Tetuán y los andalusíes donde se refleja ese cambio de situación cuando el refugiado se convierte en profeta de la tierra que le acogió: «Amigo, yo soy aquél huésped que se ha convertido en anfitrión, aquel visitante que se ha vuelto residente, aquel extraño que ya es un familiar más... Amigo, yo soy cautivo del embrujo andalusí...».
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