HORIZONTES ANDALUSIES.
Por Ahmed Mgara.
Dos espinas llevo clavadas en mis entrañas, la de la mar que me aleja del horizonte andalusí y la de la montaña que me distancia de los pinos del Gorgues cada vez un poco más.
Entrañas ensangrentadas por un luto vociferante en la oquedad de los vientos, gritos ocultos tras las calles y las oxidadas paredes de una ciudad carcomida por un pasado que ni siquiera le pertenece.
Tetuán, moza amputada en sus pestañas, vibra sobre su lecho del Dersa de tanto dolor, deshojando la margarita que se niega a darle una respuesta veraz y que, sin decir ni que sí ni que no, se desviste de la blanca vestimenta - hoja tras hoja - en la sacra tierra del amor. Blanca Paloma con plomo en sus alas.
Subido en lo alto del monte del cementerio veo las olas de la mar chispear en la tacita de Río Martín. Agua bendita por la sal fina que baila la sinfonía de los tiempos sobre las doradas arenas que visten la orilla de sol y de esplendor. La mar, vestida de azul plateado por el crisol del sol, cabalga sobre el camino del día para pernoctar en la plateada playa iluminada por el blanco argento de la luna. ¡Cuántos amores perdidos en la inocencia de los vientos de poniente hallaron su epitafio en las flores de los vientos!. ¡Cuántas promesas para la Eternidad duraron menos de un verano y nada más que el cambiar de la marea!.
Tetuán y su mar, historias inconclusas de amores desvanecidos que se perdieron en promesas insanas y carentes de espiritualidad. Falsas promesas sin alma, sin arraigo y sin ramas. Promesas que soplos ligeros de vientos pasivos arrancaron de cuajo al alba y antes del despertar de las olas más burbujeantes del lugar.
Tetuán, moza amputada en sus pestañas, vibra sobre su lecho del Dersa de tanto dolor, deshojando la margarita que se niega a darle una respuesta veraz y que, sin decir ni que sí ni que no, se desviste de la blanca vestimenta - hoja tras hoja - en la sacra tierra del amor. Blanca Paloma con plomo en sus alas.
Subido en lo alto del monte del cementerio veo las olas de la mar chispear en la tacita de Río Martín. Agua bendita por la sal fina que baila la sinfonía de los tiempos sobre las doradas arenas que visten la orilla de sol y de esplendor. La mar, vestida de azul plateado por el crisol del sol, cabalga sobre el camino del día para pernoctar en la plateada playa iluminada por el blanco argento de la luna. ¡Cuántos amores perdidos en la inocencia de los vientos de poniente hallaron su epitafio en las flores de los vientos!. ¡Cuántas promesas para la Eternidad duraron menos de un verano y nada más que el cambiar de la marea!.
Tetuán y su mar, historias inconclusas de amores desvanecidos que se perdieron en promesas insanas y carentes de espiritualidad. Falsas promesas sin alma, sin arraigo y sin ramas. Promesas que soplos ligeros de vientos pasivos arrancaron de cuajo al alba y antes del despertar de las olas más burbujeantes del lugar.
Amores con precios, perdiciones y pecados transitorios. Quereres por favores concretos y, como siempre, olvidos desde Tetuán, pero con pecaminoso amor.
Me han dicho que la tengo que dejar de querer; que su amor no me ha causado más que problemas y las más horribles de las perdiciones. Me han insinuado que he de dejar de lado su pasión; olvidarla…y empezar con otros sentires, otro vivir sin mi Tetuán en el alma.
Habiendo nacido en su orilla más mediterránea y respirado su aire más primoroso, no puedo ser ingrato renunciando a ella. En Tetuán nací y en su brisa quiero que se escuche mi epitafio.
Y, cuando mi alma pase a mejor vida, apiádase de mis pecados mi Dios, sólo podré hallar mi paz si mis restos pudieran descansar en la avidez de la tierra tetuaní.
Que me entierren bajo la sombra de un naranjo que sembré cerca de una higuera carcomida por los años, que rocíen mis restos con agua de azahar y que esparzan sobre la polvareda que coloree mi tumba un manojo de pétalos rosales y arrayanes a caudales.
Que me entierren donde ilumina el alba y refresca el atardecer, junto a la tumba de la poesía, cerca de la ataviada morada final de la prosa emanada de los aljibes de Tetuán.
Si fuera o lejos de Tetuán muriera mi cuerpo, que a Bab Saída lo traigan y que me paseen sobre los hombros de mis seres queridos, que me lleven por Sidi Saídi hacia las cercanías de Sidi Mandri, granadino refundador de este réquiem andalusí llamado Tetuán. Que me lleven en la oscuridad del cedro en la luz de las callejas blancas con alegría y con sus ruegos por mi alma andalusí.
Que la cal cansada ruegue por mí y que las calles que tanto anduve acepten el adiós postrero y, pasados los años, mi alma merodeará la zona para oír a alguien decir, señalando mi postrera morada: « Allí yace el que escribía desde Tetuán…con amor ».
Mi tierra es como todas las ciudades. Es alma y espíritu viviente, raíces que crecen en las profundidades y ramas que se alzan en las alturas…semillas esparcidas por todos lares y en lo más lejano del cuero mundano.
Tetuán tuvo hijos ilustres que ahora tiene diseminados en minifundios distantes. Muchos de ellos salieron jóvenes en busca del saber, otros en busca del sustento y de un futuro menos cruel y más prometedor. Otros salieron de Tetuán ya maduros para ocuparse de cuestiones concretas o misiones determinadas. Pocos vuelven a las callejas y plazoletas del lugar, por olvido o por imperativos, no sé; pero dejan tras de sí una ciudad que les vio nacer y que les dio el surgir…que los necesita.
Tetuán se vio desahuciar por quienes ella amamantó desde la más temprana edad…y no pensaron en volver porque adquirieron su nueva identidad. Cambiaron de aspectos y de rasgos faciales, sus cuerdas bucales endurecieron su tino sin acierto y, del Feddán, pasaron a tomar su té con menta en otros lugares - tal vez - más exóticos, pero menos espirituales, menos altivos.
Ellos se fueron atravesando los asfaltos casi sin equipaje y en busca de tierras nunca prometidas; se instalaron en la mar del olvido. Unos más lejos que otros, pero lejos de la magia y del encanto secular de la ciudad que, harta de esperar, se desplomó sobre el pinar del Dersa con desparpajo y, en excelso descansar, creció en su extensión con desproporción; y otros seres de otros lugares poblaron sus arrabales gozando de los encantos de esta ciudad fértil que ve pudrirse sus frutos después de su madurez.
Cansada, intenta descansar mientras contempla los renglones de la historia recitar su nombre con largas reverencias, llenas de espiritualidad y aflorando entrañas. Tetuán intenta descansar olvidando los olvidos sufridos por sus hijos y acostumbrándose, paulatinamente, a su desesperación.
Las tempestades que cubren el verdor de los encantos de paz y de sosiego alumbran desde el Dersa la sensualidad del Gorgues enviando a todas las cumbres su sensualidad desde Tetuán con amor.
Me han dicho que la tengo que dejar de querer; que su amor no me ha causado más que problemas y las más horribles de las perdiciones. Me han insinuado que he de dejar de lado su pasión; olvidarla…y empezar con otros sentires, otro vivir sin mi Tetuán en el alma.
Habiendo nacido en su orilla más mediterránea y respirado su aire más primoroso, no puedo ser ingrato renunciando a ella. En Tetuán nací y en su brisa quiero que se escuche mi epitafio.
Y, cuando mi alma pase a mejor vida, apiádase de mis pecados mi Dios, sólo podré hallar mi paz si mis restos pudieran descansar en la avidez de la tierra tetuaní.
Que me entierren bajo la sombra de un naranjo que sembré cerca de una higuera carcomida por los años, que rocíen mis restos con agua de azahar y que esparzan sobre la polvareda que coloree mi tumba un manojo de pétalos rosales y arrayanes a caudales.
Que me entierren donde ilumina el alba y refresca el atardecer, junto a la tumba de la poesía, cerca de la ataviada morada final de la prosa emanada de los aljibes de Tetuán.
Si fuera o lejos de Tetuán muriera mi cuerpo, que a Bab Saída lo traigan y que me paseen sobre los hombros de mis seres queridos, que me lleven por Sidi Saídi hacia las cercanías de Sidi Mandri, granadino refundador de este réquiem andalusí llamado Tetuán. Que me lleven en la oscuridad del cedro en la luz de las callejas blancas con alegría y con sus ruegos por mi alma andalusí.
Que la cal cansada ruegue por mí y que las calles que tanto anduve acepten el adiós postrero y, pasados los años, mi alma merodeará la zona para oír a alguien decir, señalando mi postrera morada: « Allí yace el que escribía desde Tetuán…con amor ».
Mi tierra es como todas las ciudades. Es alma y espíritu viviente, raíces que crecen en las profundidades y ramas que se alzan en las alturas…semillas esparcidas por todos lares y en lo más lejano del cuero mundano.
Tetuán tuvo hijos ilustres que ahora tiene diseminados en minifundios distantes. Muchos de ellos salieron jóvenes en busca del saber, otros en busca del sustento y de un futuro menos cruel y más prometedor. Otros salieron de Tetuán ya maduros para ocuparse de cuestiones concretas o misiones determinadas. Pocos vuelven a las callejas y plazoletas del lugar, por olvido o por imperativos, no sé; pero dejan tras de sí una ciudad que les vio nacer y que les dio el surgir…que los necesita.
Tetuán se vio desahuciar por quienes ella amamantó desde la más temprana edad…y no pensaron en volver porque adquirieron su nueva identidad. Cambiaron de aspectos y de rasgos faciales, sus cuerdas bucales endurecieron su tino sin acierto y, del Feddán, pasaron a tomar su té con menta en otros lugares - tal vez - más exóticos, pero menos espirituales, menos altivos.
Ellos se fueron atravesando los asfaltos casi sin equipaje y en busca de tierras nunca prometidas; se instalaron en la mar del olvido. Unos más lejos que otros, pero lejos de la magia y del encanto secular de la ciudad que, harta de esperar, se desplomó sobre el pinar del Dersa con desparpajo y, en excelso descansar, creció en su extensión con desproporción; y otros seres de otros lugares poblaron sus arrabales gozando de los encantos de esta ciudad fértil que ve pudrirse sus frutos después de su madurez.
Cansada, intenta descansar mientras contempla los renglones de la historia recitar su nombre con largas reverencias, llenas de espiritualidad y aflorando entrañas. Tetuán intenta descansar olvidando los olvidos sufridos por sus hijos y acostumbrándose, paulatinamente, a su desesperación.
Las tempestades que cubren el verdor de los encantos de paz y de sosiego alumbran desde el Dersa la sensualidad del Gorgues enviando a todas las cumbres su sensualidad desde Tetuán con amor.
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