miércoles, junio 18, 2025

Ahmed Mgara, escribe. Dos corazones. Entre ilusión y deseo, soñé, mientras creía estar dormido, que en la penumbra de mi pecho había dos corazones. Hay que aclarar que uno, el más pequeño, lo tenía para servir de cobijo para los raíles de mis latidos; para acompañar mi respirar mientras mi alma esté en movimiento. Palabras del alma me dijeron que el otro, el más grande y el más ardoroso, lo tenía para mi Sultana. En él poseía un trono de marfil, un cetro de oro añil y una diadema para los domingos presumir. Era tan grande, mi otro corazón, que no me cabía dentro, por ello me prestó la luna la luz de su pecho para poder seguir respirando y prestarle a mi amada la rima bordada de un verso de jazmines y nardos traídos de la Alpujarra. A solas, mi sultana, tan andaluza como Sevilla y Granada juntas, en ese corazón albergaba su ajuar y era tan florida su mirada que hasta la Giralda a sus pies se arrodilló ofreciendo pleitesía, regalándole el trino de sus campanas dominicales. Lo sabe mi Sultana, la reina de mis latidos, ella es, para mí, miel y canela, una canción de espíritu marinero que en el llanto de una guitarra trepa como una paloma envuelta de lavanda; le quita amargura a las angustiosas líneas de cada arruga de mi frente, como lo haría un penitente ermitaño en la cabaña de su verdad. Llueve en mi verano aunque nunca pregunté a mi Sultana de dónde venía tanta primaveral sonrisa, me basto con verla acercarse a mí mientras yo corro, adelantándome a mi sombra, para abrazarla. Cuando la siento en mí, no la siento. La venero y adoro. Quiero hacerla mía, emergerla de ese corazón y abrazarla en silencio de plata. Mirarla mil veces y miles de veces más, sin parpadear, sin hacerle caso al otro corazón que, envidioso, la quiere albergar y cobijar. Hasta mi corazón me la quiere quitar y arrancar de los arrabales de mi alma. En mis labios los suyos embarcaron, perdieron la noción del tiempo y de la existencia, de las hojas perennes del calendario. Celos tengo de mis labios por hallar en los suyos un puerto de paz y de murmullos de secreto silencio. El agua de los aljibes moriscos de mi tierra la llama Sultana moruna…y se acerca de sus fuentes para santiguarla, acariciar sus mejillas y dejarse deslizar sobre sus pechos de algodón y almidón. Hay algo de magia en su mirada, en sus párpados de ébano sacro. Cuando la recuerdo se me clava en todos los sentidos. He metido su embrujo en mi pensar y en mi caminar. He puesto en su lecho una biznaga envuelta por rojos claves de edénicos suspiros. Sé que las campanas repicarán su nombre si me llega a perdonar el daño que le hice al verla tras el horizonte de mis manos y, como bien le dije, cuando mi alma esté con mi Dios, le pediré perdón por las perfidias que mis manos deletrearon y mi otro corazón dictó.

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