lunes, febrero 19, 2018

Bajo el Balcón de Lucy.

BAJO EL BALCON DE LUCY
Por: Ahmed Mgara



Saad, Pedro y Moisés se conocieron mediada la década prodigiosa de los cincuenta cuando tenían, cada uno, cinco años. Los tres nacieron en 1950.

Saad era huérfano de  padre, fallecido poco después de nacer, e hijo de lalla Safia, una mujer luchadora por su único hijo y que trabajaba de limpiadora en diversas tiendas de la Luneta todas las mañanas. Saad, pese a su temprana edad, no estudiaba, sino que trabajaba de mozo con un peluquero en la calle Saquia Fokiya para poder traer a casa algunas monedas cada tarde.
Pedro era hijo de Guardia Civil, don Facundo y de doña Carmen, una peluquera muy conocida a la que acudían mujeres de la clase media de la ciudad por su buen oficio y los asequibles precios. Pedro estudiaba  en el José Antonio, muy cerca de donde vivía.
Moisés era hijo del señor Jacobo y la señora  Violeta, un matrimonio que regentaba una tienda de ultramarinos en la Judería, y estudiaba en la Alianza
Los tres chicos se conocieron una mañana dominguera jugando en la Plaza del Feddan y desde entonces se hicieron amigos y se encontraban cuando el tiempo se lo permitía.
Tenían un lugar donde se encontraban cuando se citaban. Siempre el mismo lugar, detrás de la Torres Quevedo, bajo el balcón de Lucy.
Cuando por las tardes salían Moisés y Pedro de clase esperaban a su amigo Saad para compartir con él la merienda que sus madres les habían preparado previamente. Moisés y Pedro llevaban sus maletas a sus casas, recogían su bocadillo (generalmente un pedazo de pan con un trozo de chocolate dentro) y salían corriendo para reencontrarse con su amigo Saad.
Muchas veces iban a Plaza Primo para jugar, otras veces iban a la Plaza del Feddan y, solo de vez en cuando, iban al Jardín de los Enamorados. El juego que más les divertía era molestar a las parejitas de novios que pretendían estar juntos a escondidas.
 En verano se colgaban muy temprano en alguna locomotora de tren e iban al Rincón o a Río Martín gratis. Así ahorraban las pesetillas que tenían para pasar el fin de semana.
Saad asistía a las fiestas de cumpleaños que celebraban anualmente sus dos amigos. El nunca llegó a celebrar su cumpleaños porque los medios económicos no se lo permitían, además de vivir en una casa compartida donde su madre alquiló una habitación.
Crecieron los tres amigos y, cuando Pedro terminó el bachillerato se fue a España a Estudiar, coincidiendo con el traslado de su padre a Irún. Pedro se matriculó en una Facultad de Bilbao y desde esa ciudad estuvo enviando cartas a sus amigos cada final de mes. En ellas les contaba cómo era la vida en esa ciudad y sus aventuras juveniles.
Moisés, mientras, dejó los estudios y sustituyó a su padre, enfermo, en la tienda turnándose con su madre, mientras que Saad iba de aprendiz de taller en taller, trabajando con un electricista, un albañil, un fontanero, como chico de recados en varias tiendas, hizo de botones en el Casino Español y un montón de trabajos esporádicos y muy mal pagados. Pero, gracias a su inteligencia, pudo aprender un poco de cada una de las profesiones e iba luchando para ganar unas pesetas que le permitían ayudar a su madre a sufragar los gastos del hogar y poder comprarle a un soldado (que no fumaba) su cajetilla de tabaco negro.
Moisés y Saad siguieron viéndose pese a que Pedro estuviese en España estudiando. Eran como hermanos. Si las circunstancias se lo permitían, estaban siempre juntos.

Siguieron citándose bajo el balcón de Lucy los dos amigos incluso ya de mayores y cierta tarde de un domingo, Saad acudió a la cita acostumbrada para encontrarse con Moisés pero, éste no llegó.
Saad esperó media hora y, al ver que su amigo Moisés no aparecía, pensó que su amigo tendría mucho trabajo en la tienda o que su madre no pudo ir a atender el negocio, y decidió ir a la tienda para enterarse de lo que podía estar pasando, por si era grave.
Al llegar a la tienda la encontró cerrada. Preguntó al Abdeslam, el tendero de enfrente,  por Moisés y por su madre. Abdeslam le dijo que en todo el día no habían abierto la tienda. Saad, pensando lo peor, se dirigió hacia la casa de su amigo para enterarse de lo que podía estar pasando. Llamó a la puerta sin éxito.
Saad iba a diario, varias veces a ver si la tienda estaba abierta o si le abrían la puerta, su amigo o su madre hasta que, pasados seis días recibió una carta en la que su amigo Moisés le anunciaba que estaba en Valencia con sus padres y que iban a embarcar hacia Venezuela. Moisés se disculpaba por no haber avisado porque así se lo habían aconsejado.
Saad perdió la cercanía de su otro amigo. Se le vino el mundo encima. En un año perdió a sus dos amigos, más que hermanos. Uno para estudiar y otro por razones que no llegaba a entender. Su orfandad se hizo más notoria al quedarse sin la compañía de esos dos amigos de siempre.
Saad, desde entonces, iba siempre a esa esquina, bajo el balcón de Lucy, y se quedaba parado junto a la tienda de ultramarinos. Esperando a sus dos amigos, sumergido en los recuerdos compartidos por los tres. La soledad iba creciendo en él, lo que intentaba superar yendo a los mismos lugares donde solían ir juntos los tres amigos.
Muchas veces se sentaba en la acera o se apoyaba sobre alguna pared para ver pasar a los grupos de amigos compartir su felicidad. Sentía envidia de sus alegrías, muy similares a las que él tenía con sus amigos de antes.
Saad dejó de recibir las cartas que Pedro le enviaba a él y a Moisés a la tienda pero siguió recibiendo las que Moisés enviaba esporádicamente desde Venezuela. Cada vez estaba más sólo y sentía su soledad con más dolor… hasta que dejó de recibirlas por su inestabilidad.
Si Saad no estaba sentado bajo el balcón de Lucy, estaba yendo y volviendo entre la sinagoga y la iglesia a las que iban sus amigos, vagaba por las calles que recorrían juntos en tiempos pasados, recordando sus travesuras y mejores recuerdos.
Aquél 1968 iba a ser crucial para Saad. Falleció su madre, atropellada por el trolebús frente al Hospital Militar y de tanta tristeza y soledad, dejó de ir a trabajar y, en vez de fumar tabaco solo, empezó a fumar hierbas prohibidas y a tomar bebidas alcohólicas en exceso. Se hizo adicto y bebedor.
Los vecinos de la casa donde vivía lo echaron de esa habitación y se quedó en la calle.
La noche la pasaba en las Escaleras de La Hermandad y el día lo pasaba en los aledaños de la iglesia de Plaza Primo. Esto durante lustros y décadas.
Pedro, que estaba en Bilbao estudiando, se licenció como médico pocos años después.
Moisés, una vez en Venezuela, se estableció en un negocio familiar consiguiendo abrirse camino para montar su propio negocio. Una fábrica que le dio estabilidad económica y medios para viajar por varios países.
Cierta mañana, leyendo en un periódico local las noticias, se enteró de que un ilustre médico español iba a pasar unos días en la Universidad para dar conferencias a los estudiantes. Ese ilustre médico era su amigo de la niñez y de la juventud, Pedro.
Moisés se trasladó hasta la Universidad y se plantó en la puerta principal antes de llegar los mismos funcionarios y estudiantes. Estaba impaciente para reencontrarse con su amigo Moisés casi cuarenta años después.
Moisés, al ver llegar a su amigo subir las escaleras de la Facultad, lo reconoció y se plantó delante de él dándole los buenos días. Pedro le devolvió el saludo sin reconocerlo pero Moisés siguió fijando su mirada en los ojos de Pedro. Disculpe ¿Nos conocemos? pregunto a Moisés.
“Ya sé que no estábamos citados, contestó Moisés, pero es lo mismo que nos encontremos aquí aunque no sea debajo del balcón de Lucy”.
Pedro reconoció a Moisés y el abrazo que se dieron fue tremendo. No se separaron durante el tiempo que Pedro estuvo en Venezuela.
Pedro y Moisés, cuando se disponían a despedirse en el aeropuerto acordaron encontrarse en Madrid, que era donde trabajaba Pedro, para ir a Tetuán y buscar a su amigo Saad, lo que acordaron para un par de semanas después.
Efectivamente, Moisés fue a Madrid para encontrarse con Pedro y de ahí se fueron a Tetuán donde se establecieron en el hotel Nacional, en pleno centro de la ciudad. Salieron en busca de su amigo Saad preguntando en las tiendas y talleres donde trabajó más de cuarenta años antes pero nadie tenía constancia de él hasta que se les ocurrió preguntar en la tienda de ultramarinos junto a la cual solían encontrarse.
Entraron y Moisés preguntó al dependiente: “Buenas tardes, buscamos a un amigo llamado Saad y al que no hemos visto desde hace cuarenta años”
El señor se quedó mirando a los dos y les preguntó, melancólico: ¿Son ustedes Moisés y Pedro?
La sorpresa de los dos fue mayúscula ya que el dependiente era muy joven y se extrañaron de que mencionase sus nombres.
Pedro, exhausto preguntó al joven de la tienda: “Si señor. Somos Moisés y Pedro ¿Cómo nos reconoció?
“Verá usted, señor, respondió el tendero, Saad estaba siempre aquí al lado de la puerta, esperando vuestra llegada, según decía él. Siempre creímos que era un loco que imaginaba que tenía amigos inventados que esperaba llagasen a verle… ahora me doy cuenta que era cierto lo que contaba y decía… pobre Saad”.
¿Y dónde podemos encontrarlo, por favor? Preguntó Moisés.

Lo siento, respondió el tendero, falleció ayer, bajo el balcón de Lucy y lo enterramos hoy a media tarde.

viernes, febrero 02, 2018

Mi aportación a la presentación del libro “El tiempo entre costuras” de María Dueñas, traducido al árabe por 

Dra. Charifa Dahrouch y Abdellatif Bazi en Dar Sanaa,  Tetuán, 01.02.2018


En agosto del último verano, en Rabat, la Dra. Charifa Dahrouch me sugirió la idea de participar en la mesa de lectura de la traducción de ésta obra, a lo que accedí gustosamente. Pero, para evitar coincidencias o repeticiones de ideas y conceptos con los demás componentes, pensé en hablar de la obra en su fase de gestación, o sea, de cuando María Dueñas estaba recogiendo material y referencias históricas para incluirlas en su novela.

Para mi humilde persona, hablar de la novela “El tiempo entre costuras” de la puertollanera María Dueñas, hija de madre tetuaní, Ana María Vinuesa, fallecida en 2013 y que vivió en la calle Youssef Ben Tachfine, en el edificio que aún pervive encima del Café Turismo, esquina Mohamed V, hablar de la obra, decía, sería una injerencia en la labor de los críticos que han compartido diferentes concepciones y determinaciones hacia el global de la novela o a sus diferentes apartados. Una novela con matices de historia y aditivos de hechos creados por la autora para complementar unas ideas preconcebidas.
 Hablar de la obra sería escarbar en el tiempo y en el humanismo del norte de Marruecos, una tierra que, desde 1860 hasta la independencia, conoció casi un siglo de altibajos en su historiografía, siempre entre el militarismo y el armisticio entre España y Marruecos, políticas  que se basaron en divagaciones ideológicas que, a la postre, no hicieron favores a ninguna de las dos partes contendientes.

Y es, ese humanismo, la vida cotidiana de marroquíes y de españoles, lo que creó vivencias basadas en coexistencias, con sus consecuentes convivencias, entre personas de diferentes etnias y nacionalidades, además de los colonos y de los entonces mal  llamados indígenas.
Un día, estando en una clínica de Casablanca, recibí una carta electrónica de María Dueñas a la que no conocía, y en la que me decía:

Mi nombre es María Dueñas Vinuesa y soy profesora de la Universidad de Murcia (España). Mi madre, Ana Vinuesa, nació en Tetuán en 1940 y residió allí hasta que su familia se trasladó a España en 1958 tras la independencia de Marruecos. Siempre, desde entonces, ha vivido con la nostalgia de Tetuán, y nos ha trasmitido a todos sus hijos un gran afecto por vuestro país. 
Actualmente estoy trabajando en una novela que está parcialmente localizada en Tetuán en los años de la guerra civil, aunque no es en realidad el asunto de la guerra lo que me interesa, sino la figura de quien en aquellos años era alto comisario, el coronel Juan Luis Beigbeder. Ando buscando información sobre este personaje por todas partes, y se me ha ocurrido que tal vez usted pudiera ayudarme. Beigbeder fue un gran arabista y un apasionado de la cultura islámica; hablaba árabe culto y dialectal y asumió como propias muchas actitudes y costumbres de vuestra tierra que llevó consigo a Madrid cuando fue nombrado ministro de asuntos exteriores por Franco. Duró muy poco en aquel cargo: lo echaron apenas un año después de nombrarlo. Desde entonces vivió siempre con el recuerdo de Marruecos presente. Fue también --y esto es mucho más lamentable-- el principal promotor de la captación de marroquíes para las tropas nacionales durante la guerra civil.
Estoy interesada en localizar información de su persona y de aquellos tiempos: fotografías, testimonios... Si pudiera ayudarme facilitándome algún dato, quedaría enormemente agradecida.
Saludos cordiales y gracias anticipadas,
María Dueñas

Ayudé, dentro de mis limitaciones con la documentación disponible en los Fondos y Archivos de Mohamed Mgara durante una etapa en la que mi salud fue mejorando.
Muchas preguntas e interrogantes a las que no siempre encontraba la respuesta idónea pero que, sin duda, supusieron datos que serían notorios en la obra definitiva, en gran parte, por ser referencias históricas sobre Juan Luís Beigbeder o el mismo Ramón Serrano Suñer.
Recuerdo que María Dueñas insistía sobre el personaje de Rosalinda Powell Fox de manera notoria. Rosalinda y Beigbeder vivieron un romance de los llamados “singulares”. Beigbeder, militar de alto rango y responsabilidades de Estado y Rosalinda Fox, considerada “espía” de Gran Bretaña en los países que visitó, vivieron un idilio romántico en todos los sentidos. Beigbeder acabó sacrificado de su cargo de Ministro de Asuntos Exteriores por el Caudillo por no renunciar a su amor por Rosalinda, fallecida en 2006 en Guadarranque (Curiosamente, una de las enfermeras que la cuidaban en su casa era una tetuaní española, nuestra amiga Carmen Vega). Ahí en Guadarranque, cerca de San Roque, Rosalinda escribió en inglés una autobiografía “El césped y el asfalto” en la que da por entender que era espía del Reino Unido.

En San Roque, aún en nuestros días, se considera a Rosalinda como una dama respetable y querida. Siempre, me confirmaron en mis dos visitas al lugar, Rosalinda ha gozado del aprecio y afecto de todos los que la conocieron. Era una dama, por todo lo alto, pese a padecer tuberculosis, lo que la privaba de gran parte de la vida social.
El 08 de marzo 2008 recibí uno de los últimos mensajes de María Dueñas y en el que me decía:

Estimado Ahmed,
Espero que su salud se haya ido recuperando. Le escribo para decirle que tengo intención de viajar a Marruecos en breve y es mi intención pasar un día en Tetuán. ¿Habría alguna posibilidad de que nos viéramos para que pudiera hablarme sobre Beigbeder y su tiempo, y mostrarme algún material? He sabido hace unos días que mi novela --en la que él es un personaje fundamental-- va a ser publicada a finales de este año, y por eso tengo cierta urgencia en recopilar los últimos detalles y pulir el texto antes de que la narración pase a la imprenta.
También me gustaría tener la oportunidad de conocer al Sr. Mohammed Ibn Azzuz Hakim, pero no encuentro la manera de ponerme en contacto con él (Ricardo Barceló me dio su teléfono hace tiempo, pero no logro encontrarlo). ¿Podría usted facilitarme una dirección de correo electrónico para poder contactar con él?
Mi idea es viajar de Tánger a Tetuán el día 18 de Marzo (martes). Me gustaría consultar por la mañana algunos documentos (prensa, sobre todo) en la Biblioteca del Instituto Cervantes. Y, después, si fuera posible, reunirme con usted. Le ruego, no obstante, que disculpe mi insistencia y por favor, no dude en rechazar mi petición si su salud o trabajo le impiden dedicarme su tiempo.
Gracias anticipadas por su amabilidad y mis saludos más cordiales,
María Dueñas

Efectivamente, le organicé un Encuentro –Coloquio en la sede de la Asociación Tetuán Asmir, gracias a la autorización del señor Abdeslam Chaachoo y en el que participamos, además de los mencionados, los señores Mohamed Ibn Azzuz Hakim, Aboubakr Bennouna y otros interesados que durante dos horas contestaron preguntas de la, entonces, novel escritora.
Diez años después, nos encontramos con la traducción de esta obra que, entre realidad y ficción, nos sitúa, ésta vez en árabe, en una etapa crucial de la España del Protectorado, la España de la etapa franquista o de las dos Españas, acercándonos al dolor de un militar mujeriego que cayó preso de una amazona cuya belleza y atractivos aún se mencionan y recuerdan. Rosalinda falleció a los 96 años dejando tras de si un hermetismo sobre su vida, un entrecejo que a muchos, nos gustaría deshacer y descubrir.
Gracias a esta obra, al trasladarla Atresmedia al rosario de sus series, Tetuán fue recordada por muchos ciudadanos de varios países hasta el punto de que, muchos de nuestros visitantes, al llegar a nuestra ciudad, preguntan por los lugares y parajes donde se rodó la parte de Tetuán para la serie.
Muchas gracias por la atención.
Ahmed Mgara