jueves, junio 22, 2017

Los Moriscos de Marruecos

Conferencia pronunciada por Ahmed Mgara el 19 de julio 2011 en los XXXI Cursos de Verano de San Roque de la Universidad de Cádiz en el Palacio de los Gobernadores. El acto fue acompañado por 190 diapositivas del Tetuán Andalusí.

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Es difícil desenrejar y descifrar el entramado de la vida de los descendientes moriscos que vivimos actualmente en Marruecos, musulmanes andalusíes, españoles por decreto natural y exiliados por destino terrenal. Un destino paradójico que pervive en nuestra incertitud con toda viveza. Por eso, me resulta complicado, siempre, bosquejar en ese terreno. Hay mucho dolor encerrado y mucha tristeza enterrada que influyen a la hora de escribir al respecto.
Para conseguir algún acercamiento a éste estudio, resulta imprescindible repasar algunos trances históricos que se vivieron en ambas orillas del Estrecho por los dos contendientes, vencedores y vencidos, todos perdedores y sin compensación de ningún tipo, al fin y al cabo. Es obvio afirmar que la verdadera y objetiva historia de los moriscos no está aún escrita, en espera de mejor aprovechamiento de los manuscritos guardados en grandes bibliotecas públicas y privadas, incluso los que están guardados cuidadosa y sigilosamente por familias de descendientes de moriscos.
Hay mucho legado enterrado, y a flor de piel, a la vez. Cicatrices aún sin solidificarse y sin borrarse. La interrogante del porqué se negó la sugerencia de tolerancia y coexistencia de Hernando de Talavera y, en cambio, porqué sí se adoptó la norma del Cardenal Francisco de Cisneros hacia los no cristianos, pese a su severa crudeza, también se conservó durante más de tres siglos, empezando por el reinado de los reyes Católicos seguido por la casa de los Austria y sucesores; que tuvo como contrapartida esa hostilidad constante desde las costas norte y sur del Mediterráneo andalusí, tanto desde Tetuán, refundada por los primeros granadinos huidos masivamente, como desde Rabat y Salé, fundada por moriscos de Hornachos, con posterioridad en lo que concierne el lado morisco; como desde la Península en relación con la parte cristiana.
Aquella “Santa Inquisición” iba a ser la primera ley de extranjería decretada en la historia de la humanidad.
Los moriscos se dispersaron desesperadamente por la ribera mediterránea, tanto en Europa como en el norte de África y en algunas zonas asiáticas como Siria e Irak, pero fue en Marruecos donde más se establecieron debido a la cercanía geográfica y a los lazos que unían a los pueblos de ambas riberas como el comercio, el parentesco familiar, la tolerancia étnica y religiosa, las afinidades y similitudes en la vida cotidiana. No hay que olvidar que el Estrecho de Gibraltar ha tenido siempre, por misión y destino, enlazar culturas y civilizaciones, difuminar y disolver diferencias entre humanos, en definitiva.
Pero, realmente ¿Cómo fue la llegada de los moriscos a Marruecos?
Y ¿Cómo llegaron a constituir en el siglo XVII dentro del mismo Imperio Cherifiano de Marruecos, con sede en Fez, otros dos sistemas de gobierno, el de Tetuán y el de los extremeños de Hornachos en Rabat y Salé?
Y hay que preguntarse también ¿Hasta qué grado se benefició Marruecos de la masiva llegada de los moriscos en lo que concierne lo social, científico, literario, musical, artesanal, agrario, militar y económico?
Con certeza, muchos, para no decir la mayoría de esos moriscos, atravesaron el Estrecho pasando por éstas mismas tierras benditas donde nos encontramos ahora. Desde ésta costa pasaron a las orillas de enfrente con la incertidumbre por equipaje y el dolor como único compañero de viaje. Desde aquí abrazaron la furia de las olas de la Mar de la Tinieblas, algunos, y del Mare Nostrum, otros. Otros moriscos embarcaron desde las costas almerienses y valencianas, sobre todo aquellos que se fueron a Argelia o a la zona conocida actualmente por el Rif Marroquí. Iban buscando la salvación de sus vidas, renunciando a sus pertenencias todas tras su fragmentación familiar.

La llegada de los primeros moriscos al norte de África en los inicios del éxodo fue de cordial y efusiva bienvenida, tanto en Marruecos como en Argelia. Los marroquíes recibían a sus huéspedes con los brazos abiertos, generalmente. Al fin y al cabo, se solidarizaban con gente oprimida y perseguida, pero, con el paso del tiempo y de las décadas, se fueron dando cuenta de que los nuevos huéspedes venían a Marruecos tras cristianizarse y volverse a convertir al Islam, lo que era embarazoso por no saber a qué atenerse ante la dualidad moral y espiritual de los llegados. Las dudas empezaron a hacer mella acentuadas por la gran cantidad de espías o informadores que, enviados por la Iglesia, se mezclaban con los moriscos. Todo ello hizo efectivas ciertas reticencias que dieron lugar a que muchas familias y comunidades moriscas decidiesen instalarse lejos de las urbes, en las periferias o en montañas de difícil accesibilidad, por necesidad. Aún existen esas pequeñas aglomeraciones llamándose Dar o Aduar, y sus habitantes conservan sus costumbres y sus peculiaridades, muy notorias, pese a las limitaciones y la dureza del entorno.
A nivel personal, recientemente me preguntó una amiga por mis orígenes, a lo que contesté casi textualmente: “Desciendo de una familia morisca de Almería que se estableció en Marrakech hasta 1812 en que un bisabuelo se estableció en Tetuán”. Pero, a algunos de los presentes no les agradó la manera de decirlo y me la criticaron, por lo que entramos en discusiones de las que se vienen repitiendo desde siglos entre quienes son moriscos y quienes no lo son.
Tal vez, los moriscos que más padecieron la no aceptación en Marruecos fueron los expulsados por Felipe III entre 1609 y 1613, superando los cuarenta mil expulsados, de los cuales, se asegura que más de diez mil se establecieron en la ciudad de Tetuán, ciudad andalusí por antonomasia pese a que las ciudades de Chauen, Rabat y Fez también recibieron grandes cantidades de moriscos en diferentes épocas. Dicho sea de paso, la ciudad de Chauen conoció el reinado de una mujer andalusí de Granada, Saida Al Horra, primera y única mujer que reinó en la historia de Marruecos.
Después de siglos de destierro nos encontramos que entre los legados primordiales que hemos heredado de generación a otra, está el apego a la tierra de nuestros antepasados; como se suele decir, los moriscos somos fruto de un árbol con raíces perennes en Andalucía y cuyas ramas se expanden sobre otras tierras lejanas y extrañas, donde fructifican. Hemos ido conservando el amor a la tierra de origen, Almería, en mi caso particular; los usos y las costumbres andalusíes siguen en vigor en nuestra vida social y marcan la diferencia entre los descendientes de los moriscos y demás etnias que cohabitan Marruecos. Nos consideramos diferentes, refinados, incluso un poco especiales por el estatus social que nos distingue… sin olvidar que somos apátridas desde siglos atrás, desde la diáspora injustificada, producto del levantamiento del Albaicín de 1499 y del decreto de conversión al cristianismo de 1502, sin dejar de recordar el ruego de la Iglesia de 1526 a Carlos V, de expulsar a todos los musulmanes, sin excepción, de sus dominios; o la solicitud de la Iglesia a la Cortes Españolas en los mismos términos de persecución y expulsión. El sacerdocio sabía de los valores morales y espirituales de los moriscos por sus propias deducciones y por las de los nobles de la época que tenían a su servicio a moriscos como esclavos y servidores, quienes aseguraban que, con tener a esos esclavos a su servicio, tenían “al oro y al moro de un solo golpe”. Se vanagloriaban de ello.
Los señores cristianos de la época, conscientes del nivel intelectual de los perseguidos, concedían a algunos de sus esclavos moriscos la misión de educar a sus propios hijos y de enseñarles las artes los conocimientos de la época así como las artes de la guerra, en algunos casos. Esto a cambio de un trato menos duro que el acostumbrado hacia los esclavos de la época.

Se tuvo presente en la memoria de los moriscos durante largo tiempo, el acto del Conde de Liria, fiel colaborador del Cardenal Cisneros, por destruir una mezquita en las Alpujarras con gente rezando dentro, degollando a los hombres y haciendo esclavas a las mujeres y a los niños. Aún se menciona popularmente en Marruecos ese hecho cuando se derrumba una mezquita, por los años o inclemencias naturales, diciendo que: “Cisneros no fue”.
En muchas referencias se asegura que muchos de los remeros de la expedición de Cristóbal Colón al Nuevo Mundo eran esclavos musulmanes y judíos andalusíes. En los típicos cuentos heredados aún se habla en nuestros días de esos aventureros y de las penurias sufridas, no exentos de imaginaciones agregadas.
Los altos estamentos de la Iglesia, en esa época, sabiendo de los valores intelectuales de los moriscos, se encargaron de requisar los manuscritos de los musulmanes y de los judíos manteniéndolos ocultos, aunque bien protegidos, en sus propios archivos sin permitir el acceso a ellos a los investigadores e interesados durante siglos de mutismo. Algunos manuscritos que sí llegaron a ser trasladados desde la Península en diferentes épocas suponen referencias de vital importancia para los investigadores actuales en Marruecos, aunque nunca serán suficientes para describir un acercamiento a la realidad histórica de los hechos. También, el hecho de que algunos archivos fueran explorados por investigadores ha colaborado en despertar gran interés por la temática morisca, quedando mucho por explorar y por publicar.
El mismo Julio Caro Baroja, en su obra “Los Moriscos del Reino de Granada” asegura que el Reino de Castilla se portó brutalmente con los moriscos tras la caída del Reino de Granada así como con todo el norte de África, donde se habían exiliado la mayoría de los expulsados. Resalta que durante el siglo XVII, Almería conoció un retroceso en todos los niveles comerciales y artesanales debido a la constante persecución del Reino de Castilla a los moriscos. Ello resulta lógico porque los Reyes Católicos habían sustituido a los andaluces autóctonos por los nuevos “colonos” traídos de Castilla y de algunas otras regiones que no estaban acostumbrados a la labranza y a otros trabajos que requerían maestría y resistencia, por lo que no podían suplir la maestría de los habitantes autóctonos que habían hecho del Ándalus la civilización más omnipresente a todos los niveles del conocimiento del mundo de entonces. Esos mismos labriegos plantaron en Marruecos los sistemas de regadío que siguen aplicándose hasta nuestros días aunque con ciertos ribetes de modernización. El reparto de las aguas subterráneas en Tetuán sigue circulando por el casco urbano de la medina andalusí con el sistema de tejas. Curiosamente, canal que se toca ahora, es canal que deja de funcionar… no se sabe cómo volverlo a hacer funcionar.
Muchos historiadores aseguran que los moriscos musulmanes ejercían los ritos del Islam a escondidas por temor a ser descubiertos como falsos cristianos; que inculcaban a sus descendientes las normas y los usos de su religión a escondidas; también guardaban el Ramadán, pero tenían dificultades a la hora de distribuir la Zakat, que es un impuesto del 2,50 % sobre los bienes disfrutados durante un año, y que se debe repartir entre los necesitados. Al contrario, los prisioneros guardaban todas las obligaciones de su religión sin temor a las represalias puesto que era por esa misma religión por lo que estaban encarcelados, entre trabajos forzosos no remunerados y habitáculos dedicados al encierro masivo. Aún en nuestros días, la voz popular menciona estas circunstancias sin desprenderse de su recuerdo.
Se prohibió el baño árabe cerrando o destruyendo casi la totalidad de los que había en el Ándalus a excepción de la zona de Almería, donde siguieron funcionando algunos de ellos. También se prohibió el uso de la Al Henna, que es una planta molida que, mezclada con agua resulta ser terapéutica para algunas afecciones de la piel, simplemente por ser empleada como adorno en festejos y celebraciones en algunas costumbres judías y árabes. En Tetuán, tras ser refundada y reconstruida la ciudad por el granadino Ali Mandari, se precipitó a construir un baño árabe, Hammam (que aún sigue funcionando), una mezquita y una capilla para los prisioneros cristianos apresados en la mar (actualmente, se quiere reabrir la mazmorra- cárcel que da nombre a la Barriada de la medina andalusí de Metamar) pese al deterioro que conoce.
Los nuevos cristianos del Ándalus, venidos de Castilla, procuraban no mezclarse con los viejos cristianos, judíos y musulmanes, verdaderos dueños de la tierra, al fin y al cabo). Llegó el caso de que los nuevos ricachones afincados en el nuevo Ándalus, desheredaban a sus herederos si se casaban o tenían algunos tratos con los moriscos. Durante siglos, en Marruecos se intentó una fusión con los beréberes marroquíes creando una nueva civilización en el norte de África. La malamente llamada “caída del Ándalus” dio lugar al resurgimiento del mismo gracias a la expansión de las profesiones, usos, costumbre y tradiciones andalusíes, pero en tierras algo lejanas, aunque el Ándalus llegó a estancarse en un ambiente de decadencia y retroceso, teniendo que amoldarse a un nuevo estatus, lleno de hostilidades e inseguridad.
Los moriscos convertidos eran considerados como cristianos de segundo grado. Incluso en las actas notariales se tenían que reseñar los orígenes de su cristiandad, si era por conversión. El morisco cristianizado estaba obligado a descubrirse como convertido, y si no lo declaraba, la ley le obligaba a pagar una compensación al cristiano de origen con el cual había efectuado la transacción. Una vez en Marruecos, recuperaron su nombre original, pero sin renunciar, todos ellos, a ese nombre adquirido forzosamente... para quedarse en su tierra.

Comportamientos que no ayudaban en nada los consejos del Cardenal Talavera que aconsejaba la convivencia y la tolerancia entre todos en el bien de todos, en contra de lo que había dictado Cisneros. Talavera sabía que esos comportamientos separatistas y triviales no podían conducir más que a la consolidación de las convicciones de los verdaderos andalusíes de que no debían sumirse ni a los “invasores” ni a los dictámenes clasistas de la Iglesia imperante. De ahí que, tras establecerse los moriscos en Marruecos, los cristianos tenían libertad y derecho a ejercer sus cultos para evitar más fragmentaciones innecesarias. Todos eran iguales en esa nueva sociedad donde reinaba la concordia y el entendimiento… hasta que empezaron algunas hostilidades por la gran cantidad de gente de dudosas convicciones e intenciones que llegaba al norte de África tras atravesar el Estrecho de Gibraltar.
Los matrimonios entre moriscos no parecen haberse efectuado por los ritos eclesiásticos pese a que estaban, los novios, cristianizados, al menos, eso es lo que se deduce de los escritos y tratados históricos de relevancia al no haber referencias al respecto en los archivos de las Iglesias de la época, con nombres de procedencia árabe al menos. Recordemos que en las actas notariales oficiales se les exigía a los moriscos identificarse como tales para que constase en los escritos. Todo lo contrario, existen algunas actas traídas al exilio de Adules o notarios musulmanes que certificaban los casamientos entre musulmanes, pero que nunca se supo si eran públicas o se escribían fuera de la ley imperante. Algunas referencias aseguran que los moriscos se casaban leyendo la Fatiha del Corán en presencia de doce testigos para evitar ir a una iglesia.
De los manuscritos hallados se constata que los novios se vestían a la usanza tradicional en sus bodas hasta que la Reina doña Juana, en 1511, prohibió el ejercicio de la sastrería a usanza morisca. Dos años después, se prohibía el uso del velo por parte de la mujer, lo que fue ratificado por Carlos V en 1526.
En este sentido, Mármol Carvajal afirma que los moriscos, ante tales injusticias, se apiñaban y reunían en comunidades cuyos dueños eran convertidos, pero trabajaban como libres y dejando de ser esclavos, lejos de los nuevos aires separatistas que imperaban en el Ándalus. Esos grupos empezaban a adquirir nombres nuevos, agregando Ben o Ibn al apellido de origen, lo que han mantenido en gran parte al exiliarse hacia el norte de África y demás partes mediterráneas hasta nuestros días. Algunos moriscos tuvieron, aparte de su nombre original, una referencia a su protector cristiano (si el morisco se llamaba, por ejemplo Ahmed Ben Zaidún, pasaba a llamarse Ahmed Ben Zaidún de Guzmán, en referencia a su amo o protector cristiano) lo que se mantuvo hasta el exilio final hacia el norte de África. Esto queda patente y palpable en los documentos de transacciones comerciales y notariales de la época a los que se tuvo acceso posteriormente. Esto pervive en nuestros días.
“Cristianos de Castilla”, se les llamaba en Marruecos a los moriscos, por haber vivido un siglo bajo el dominio cristiano de España antes de ser expulsados, por lo que eran, para los marroquíes (andalusíes establecidos y beréberes autóctonos), musulmanes de segundo grado por haber soportado la sumisión a la Santa Inquisición… que, para ellos, no era tan “santa”.
Curiosamente, los moriscos mediterráneos hemos heredado la contemplación ante la mar, como lo hacían nuestros abuelos andalusíes, el amor a la naturaleza y a las beldades mundanales que nos rodean… mirando las olas pasar y penetrando el horizonte con miradas llenas de sueños, de interrogantes y poéticos lamentos, a veces hasta profanos y que desgranan nuestras nostalgias. Ello, sin perder ni la moralidad ni los credos religiosos. Hemos heredado separar lo espiritual de lo mundanal aunque, en el sufismo, se hacen referencias de lo pecaminoso en lo religioso. Algo así como estar en el cielo sin despegarse del suelo. Dejar vagar el alma y el espíritu en las beldades de la creación para descubrir la esencia de la religión.
Hemos heredado los cantos y encantos de la tierra original y sus quejidos posteriores, llantos llenos de dolor por la pérdida, nunca justificada, de los bienes mundanos y de la tierra andalusí, renuncia impuesta al vergel terrenal donde emanaban todas las tendencias de la civilización que forjaba una sola cultura, la andalusí.
Pero nos queda la luna al reflejar las plateadas tierras de nuestros ancestros cada noche en su faz hasta que la despierta la alborada. Y, al igual que contemplamos la mar, nos adormecemos dialogando con la llenura de la luna teniendo, incluso, la certeza de que nuestra melancolía vaga por el espacio hasta aterrizar sobre las benditas laderas del Ándalus soñado.
Somos descendientes de la gallardía, ejercemos la convivencia más que la coexistencia, somos tolerantes con los demás, respetuosos hacia todos los credos y, aún valoramos la dignidad humana por encima de todos los intereses creados. De nuestros antepasados nos viene la lección. Fuimos santiguados por las sierras y llanuras del Ándalus, por la magia que la Divinidad dispersó y desparramó sobre esta tierra bendita.
Hay un cancionero secular que se ha ido trasladando y transmitiendo de padres a hijos, lleno de sensibilidades y de resúmenes de historias particulares de esos desahuciados de sus tierras para establecerse en Marruecos. Son canciones que cantamos, muchas veces, sin saber ni el porqué ni el origen de sus letras aún encerrando vivencias crudas o recreos en experiencias y vivencias del pasado en el vergel terrenal de los moriscos. Puede decirse que son llantos fundidos en cantos, exaltación del quejido y del dolor a través de alegrías pasajeras que nada tienen que ver con la profundidad de las letras.
Y, como el morisco, en contra de lo que se quiere dar a entender por la voz popular, no es solamente el refugiado musulmán, sino también el cristiano y el judío (no hay que olvidar que el Ándalus suponía una mezcolanza sin par en la historia de la humanidad en lo que concierne la convivencia entre personas de múltiples arraigos), en Marruecos aún se conservan descendientes con nombres de diferentes civilizaciones pero que convergen todos en una sola civilización. Los moriscos no creemos en eso que se denomina “tres culturas”. Somos una sola y única cultura…la andulsí, la indisoluble. Creemos que por intereses macroeconómicos nos pretenden dividir en tres cultural, separarnos y fraccionar nuestra identidad creando nuevas fronteras mentales y morales para dispersar esa gran procedencia y su linaje. Mantenemos indisoluble el espíritu andalusí irradiando los valores heredados de nuestra unidad perenne, y no somos reivindicativos en ese aspecto. Somos un fuego en un pajar, arde para sí, pero no daña los contornos. No renegamos de la tierra que nos acogió, ni pretendemos obtener favores o aguinaldos de interés material de la otra orilla, de esta orilla bendita. Nuestro sentido de la pertenencia es nuestra compensación más confortable; nos basta ser quienes somos y proceder de tan noble tierra para ir por la vida sin exigirle nada al destino…y eso es como lo bailado, nadie nos lo puede quitar… somos de donde venimos y de donde estamos.
En Marruecos se conservan todos los ritos sociales de antaño, usos y costumbres que en el Ándalus imperaban en la vida social. Con algunas variantes o retoques de modernidad pero, se mantienen casi intactos. Antropológicamente, los cambios son muy sensibles y que se notan más en la forma de ejecución que en el global o verdadero sentido humano de esos usos y de esas costumbres.
La artesanía también pervive casi intacta pese a la introducción de materiales sintéticos modernos y de algunos medios tecnológicos impuestos por el tiempo.
Hay que tener presente que la presencia morisca en el norte de Marruecos ha supuesto un florecimiento de las ciencias, de las artes, de la artesanía y de todas las manifestaciones de civilización de las que se privó Al Ándalus en beneficio de las zonas desfavorecidas de la época. Todo ello pervive, de forma u otra, en la sociedad del norte de Marruecos palpablemente. La Constitución marroquí acaba de reconocer oficialmente la Identidad Andalusí dentro del país por primera vez en su historia.
Los nombres y apellidos de los moriscos, de sus descendientes, siguen llevándose con un orgullo inusual, un distintivo que supone un motivo de orgullo más. Si un español dice llamarse en España, por ejemplo, Antonio Bermejo, no es lo mismo que un marroquí diga en Marruecos que se llama Mohamed Bermejo. Es más, lo dice casi deletreando su apellido, de tanto orgullo que le brota por naturalidad heredada.
Las calles y las edificaciones son sinónimo de “herencia secular”. Los arcos, los azulejos, la cal y demás ornamentos de la arquitectura andalusí siguen adaptándose como modelos o patrones normalizados, incluso en las construcciones modernas. El retoque andalucista da un valor añadido a cualquier construcción… incluso para los que no saben de la procedencia de esos ornamentos.
Y no pueden faltar los adornos con macetas y flores ningún hogar andalusí. Es un rito necesario de observar. Un distintivo que delata al ciudadano morisco con raíces.
Al Ándalus mantiene viva, en el norte de Marruecos, su esencia más lúcida. Hemos heredado de esa civilización destellos de grandeza que están dispersos por las urbes así como en las afueras, hemos heredado el dolor y el quejido, no solamente en la Música andalusí, sino, también, en el modo de ser y de hacer las cosas. Y, como dije antes, no somos reivindicativos. No pretendemos ni beneficios ni favores de terceros en recompensa de las penalidades de nuestros antepasados pese a que, en los últimos años, empezaron a aparecer grupos y asociaciones reivindicativas exigiendo la nacionalidad española, unos, las disculpas del Estado de España a los moriscos por los ultrajes, otros, … y cosas por el estilo. Personalmente, como descendiente de moriscos, solo me interesa el abrazo fraternal de gentes y etnias de las dos riberas del Estrecho de Gibraltar; fundirnos, todos, en un solo y único abrazo encaminados hacia el futuro común en busca del resplandecimiento de una cultura de convivencia, respeto y tolerancia de todos hacia todos. Solo eso puede resumir mi filosofía del Ándalus para homenajear las almas de esos altivos andalusíes que nos han legado un orgullo de agradecer.
Hace algunos años leí en el cementerio de Tetuán un epitafio encabezando una tumba y en el cual había escrita una frase que me marcó desde entonces: Huna yarkudo jusmano andalusiyen. “Aquí yace un andalusí”. Nada tan expresivo.


                                                                                                    AHMED MGARA



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