ZEJELES DEL
ESTRECHO
Por: Ahmed Mgara
Es bien sabido que el zéjel ha sido una expresión
popular del Andalus del esplendor. Se escribía en un árabe literal exquisito,
posteriormente se introdujo la expresión dialectal, muchas veces con
intrusiones de aforismos.
También se sabe que, al ser expulsados los moriscos
del sur del Andalus hacia el norte de África, los zejeleros se establecieron
masivamente en el norte de Marruecos y en parte de Argelia y Túnez, con lo que
el zéjel se vio, también, expulsado de la tierra donde se creó.
Y fue hace unos años cuando un grupo de andaluces
pretendieron renovar esa deuda histórica con el zéjel y embarcaron en el
proyecto de devolverlo con el mejor auge posible para que llegue a brillar con
luz propia. Patricio González apadrinó el proyecto y, entre muchos, cada vez
más, estamos intentando y consiguiendo llevar a la realidad esos sueños.
En mi breve ponencia sobre el momento del zéjel en
las riberas de nuestra calle del agua, trataré el tema desde el poemario
antológico “Zéjeles del Estrecho” con mención de algunos de los poemas y de los
autores.
Me resulta difícil destacar nombres. Pienso que las calidades se imponen
y que el alcance de esos versos sobre la sensibilidad del lector tienen que
dejarse notar para cualquier valoración.
Juan Emilio Ríos Vera, en sus dos poemas alude a dos temas que, paradójicamente, fueron muy
tratados por los zejeleros moriscos. La expulsión de los moriscos y el acoso
fratricida a través de un poema dedicado a Giner de los Ríos
Nuestro amigo Juan Emilio Ríos Vera, uno de los poetas
más verticales del momento se lamenta por esa expulsión de los moriscos de sus
propias haciendas y pertenencias:
Españoles sin España
el destierro o la
guadaña.
De la entraña tierra a
la tierra extraña.
El zéjel de Juan Emilio es un grito que rebasa la
garganta, una reevendicación de una causa ya difuminada, nunca olvidada, pero
que se sobrepone a la cicatriz de las edades más lejanas. Versos profundos en
los que se pretende resumir el rechazo de nuestras generaciones a esas
realidades históricas que marcaron generaciones y que nos marcan a sus
descendientes pese al paso de los decenios y de sus siglos.
Pero, pese a los sueños fallidos del poeta, él mismo
certifica:
Todo devino en nada.
La Puerta
se mantuvo cerrada.
En su segundo poema, “Violentada violeta“,
me dio la impresión de que se refería a otra guerra, no menos cruel aunque
distante en el tiempo, pero sobre la misma geografía. La guerra incivil del
cuarto decenio del siglo pasado.
Para Juan
Emilio:
Todos los ríos se
hundieron en la mar.
Todo lo que empezaba
tuvo que acabar.
Las ideas, las fronteras
tuvieron que cruzar.
Pero, tengo que reseñar una palabra que pocos
emplean en la literatura y poesía en español y entre los que destaca Rafael
Alberti, que fue, también, uno de los pocos poetas que poetizaron en zéjel. Me
refiero a “La mar”, en femenino.
Carmen
Sánchez Melgar, a su vez, hace una reverencia, a través
del zéjel, de una exaltación de otra temático muy en auge durante del esplendor
del zéjel autóctono andalusí, me refiero al amor como adorno y destello de la
misma existencia. Carmen trata el amor con rendición a sus embrujos y, casi con
adoración, se pregunta:
¿Quién pudiera soñar
con
volver a ver la mar
y
las guerras olvidar?
Escuchar débiles tus latidos.
Pero Carmen
Sánchez nos sigue deleitando con un canto a los cuatro vientos con versos
llenos de ternura por la simplicidad en los sentimientos llanos. Dice Carmen,
en “zéjel del reencuentro”:
Regresó
mi hombre valiente.
De lejos lo vi entre la gente.
Y
ahora está aquí presente.
Casi
no sostenía
en
mi pecho la alegría.
Veraces
y evidentes signos de la altivez de unos sentimientos traducidos y resumidos en
una sola y sagrada palabra “amor”.
Javier
Cádiz, en
un par de zéjeles, el primero, lleno de amor; el segundo, lleno de dudas. Y es
sabido que la duda en el amor es celosía y pórtico del desamor. Del fervor del
primer poema se pasa a la duda y a las interrogantes del amor abismal, dos
componentes del amor que sirven para describir y catalogar el amor y sus
vertientes:
Ando
en la duda sumido
con
el dolor en un gemido.
Naufragan
emociones en negra agua,
terrible,
oscura, antigua.
Mirada
húmeda que la luz amortigua.
Grito
que no cesa si estás perdido.
Toda una simbiosis de
unas interrogantes internas que hacen del poeta un transmisor de vivencias de
cuantos nos topamos alguna vez con el fulgor de esa duda, con deshojar la
margarita dentro de las entrañas sin obtener ninguna certeza en ninguna
respuesta.
En lo que concierne las aportaciones
del coordinador deeste valioso poemario, Patricio
González, se hace presente con notoriedad el amor a la tierra de
donde se es, a la tierra que amamantó la sensualidad del poeta zejelero, e hizo
de el alguien capaz de cantarle las mejores de las melodías, incluso sin abrir
la boca.
Patricio halaga a la Bahía que engalana su
Aljasira al Jadra; se recrea en la
Palma que engalana la Plaza
Alta, lugares donde el culto y la adoración se funden cuando
en ellas se recrea el alma. Tal vez, ese amor es compartido entre todos los que
son de esa tierra caudalosa, incluso de los que descubrimos que Algeciras no es
solamente una ciudad de paso, sino un hervidero de áuricas sensaciones y vivero
de grandes valores. Dice Patricio:
Con
la luz de tu Bahía
te
quiero todos los días
Desde
tu Plaza Alta soñando
y
a tu Palma contemplando
la
vida entera soñando.
Sin renunciar al
incondicional amor a su tierra, Patricio nos afirma, y después confirma:
Te
querré Al-Hadra por siempre.
Yo
soy de tu mismo vientre.
Tal
vez, Patricio nos afirma taxativamente todo lo anterior en el poema “amar, no
envidiar” cuando dice:
Mi
alma es mía
y
lo es todos los días
No
hay que envidiar, hay que amar.
Por
otro lado, la zejelera Mar Marchante
ruega y suplica en sus dos numerados poemas que se la llene de amor. Una
declaración de deseos y de sumisión ante la necesidad de un amor cercano pero
no tan seguro en su consecución.
Cúrame
el dolor
y
préñame de amor:
Despierta
mi descanso,
abraza
mi regazo,
sepulta
mi pasado
y préñame de amor
Y
sigue diciendo:
Llévate
mi pudor
desnuda
mis esquinas
y
cúbreme de amor.
La
rendición y la entrega en el regazo del ser amado sin valorar ni las maneras ni
las consecuencias. Simplemente, es la elegancia del arrebato expresional en una
poesía valiente y tenaz.
Y
termino con Miguel Vega, poeta
y zejelero que trata uno de los temas más sublimes en el zéjel tradicional. La
mar y el amor como puntos de encuentro de una sensualidad peculiarmente
particular, llena de lúcida musicalidad:
Son
dardos tus amoríos,
juegan
a dardos tus desvaríos,
mi
suerte tirada al río.
Aguijones
de plata ensartan mi alma.
Mi
mar en tu calma
Y
termina nuestro poeta Miguel Vega con un canto a nuestra Blanca Paloma, la
ciudad rociada con aguas de azahares orientales y perfumes ancestrales, nuestra
Tetuán encantada.
De vuelta a Casa
Llego
a Tetuán, la ciudad que es mi casa,
Paloma
Blanca que vuela rasa.
No
encuentro idiomas, encuentro hermanos,
Palabras
son nuestras manos,
No
somos pasaportes, somos humanos.
Entre
Algeciras y Tetuán, mi felicidad que pasa.
Llego
a Tetuán, la ciudad que es mi casa,
Paloma
Blanca que vuela rasa.